🏷️: Autodefensa emocional, Crítica social, Espiritualidad
Hola, alma bonita. 😊
¿Cómo estás?
Espero que muy bien…
Bien sentado/a, al menos, porque el tema que hoy te traigo es controvertido e incómodo para algunos/as. ¡Y largo!
En esta carta y en la siguiente, te hablaré de mi visión personal sobre el Bien y el Mal, forjada a golpes contra el yunque de la realidad.
Y tal vez te preguntes: “¿Qué tendrán que ver el Bien y el Mal con ser una persona altamente sensible, que es por lo que yo estoy aquí leyéndote..?” Pues… mucho, la verdad. Tienen que ver con la “brújula interna” que usamos para navegar por el mundo, en un Sistema que se rige por valores casi opuestos a los que habitualmente marcan nuestras “brújulas interiores” innatas.
Puede que ya te hayas dado cuenta de que me gusta compartirte mis aprendizajes personales en clave de consejos (no solicitados) y herramientas para facilitarte la existencia; el aprendizaje que hoy te quiero explicar es, probablemente, el que más lágrimas me ha costado en la vida.
Por eso te lo quiero compartir, con la esperanza de que te sirva, pues si alguien me hubiese explicado esto que tanto tiempo me llevó comprender, me habría ayudado a navegar las relaciones interpersonales sin llevarme tantos varapalos y decepciones.
Y también a ahorrarme algunas retraumatizaciones serias.
Inicialmente pretendía abarcar este tema en una única carta, pero me hubiera quedado demasiado extensa. Así que he decidido comerte la olla no una, sino dos veces seguidas con el mismo asunto.
🤣
Aunque le ponga humor para sentirme un poco menos mal por acribillarte con un tema que no sé si te va a interesar siquiera, en realidad creo que este tema que te traigo hoy es suficientemente importante como para destinarle bastantes cartas.
Pero tranquilo/a, que sólo serán dos, y con 2 semanas de descanso entre ellas…

El Bien, el Mal, y la alta sensibilidad
Ya sabes que vivimos una época de cambios rápidos y profundos; uno de esos cambios consiste en que estamos revisando y desechando a nivel colectivo muchos de los valores considerados tradicionales, y al mismo tiempo abriéndonos a conocer, imaginar e incorporar sistemas de valores nuevos o que proceden de otras culturas.
Esto no creo que sea malo, al contrario; yo soy muy inconformista y crítica con cualquier convención social o costumbre que considere dañina o injusta, y suelo ser la primera en señalar las cosas que creo deben ser revisadas o cambiadas en los sistemas.
Vamos, que no se me puede considerar una persona precisamente conservadora…
Pero, en esta modernidad tan líquida en la que actualmente nadamos, pienso que nos estamos pasando de líquidos en algunos aspectos que no deberían perder nunca la solidez.
Uno de ellos es, precisamente, el tema del Bien y el Mal: cómo los definimos, y dónde trazamos la línea que los separa.
El asunto del Bien y el Mal es considerado tabú por algunas personas, estupidez sin sentido por otras, anacronismo viejuno por muchos, y paja mental innecesaria por el resto.
Honrosa excepción a esto son los amantes o aficionados a la filosofía 😊.
Creo que este tema es de especial importancia para cualquier persona con inclinaciones humanistas, como solemos ser las personas altamente sensibles, empáticas e idealistas.
Los/as neptunianos/as tendemos a sentirnos atraídos por los ideales, las metas y los objetivos enfocados hacia el Bien común y la ayuda a los demás.
Además, si nos embarcamos en ellos, solemos hacerlo a corazón abierto y de cabeza. A veces, demasiado.
Pero, más allá de que tengamos una predisposición natural a tratar de hacer el bien, el asunto de discernir entre el Bien y el Mal nos toca muy de cerca.
En primer lugar, porque éste es uno de los temas que están siendo revisados y cuestionados actualmente a nivel colectivo (con la fase de confusión que ello conlleva); y, en segundo lugar, porque las personas altamente sensibles, empáticas e idealistas somos especialmente propensas a acabar en relaciones y situaciones de abuso encubierto, manipulaciones y engaños. Situaciones en las que se cruzan los límites entre el Bien y Mal sin que sea tan evidente, y en las que acabamos confusos/as y desgastados, sin saber muy bien qué nos ha pasado.
Las personas neptunianas somos propensas a idealizar a los demás, a ver más lo bueno que lo malo de la gente (inicialmente, al menos), y a dar más de nosotros de lo que nos convendría. Por ello, somos presa fácil de las personas que no son honestas en sus intenciones, que no tienen escrúpulos en su manera de avanzar hacia sus objetivos, y que utilizan la fachada del buenismo para lograr lo que desean.
Y es por esto por lo que saco este tema hoy, y lo pongo sobre tu mesa (metafóricamente hablando).
Pero, lejos de promover o siquiera disculpar una mentalidad victimista, lo que pretendo es ayudar a las personas que resonáis conmigo a que nos responsabilicemos de nuestros puntos débiles.
Y los puntos débiles de una persona neptuniana son, principalmente:
La dificultad para poner y ponernos límites (darnos demasiado, permitir demasiado, ayudar demasiado, confiar demasiado, aguantar demasiado…).
La falta de realismo, pragmatismo, o discernimiento crítico (soñar o idealizar demasiado con las cosas o las personas).
Tanto y tan a las malas he tenido que trabajar en esos dos aspectos, que hoy en día, a veces, me paso de rígida y realista (por si las moscas…). Y, siendo más neptuniana que la luz de Luna sobre el horizonte marino en una noche estrellada, he acabado enseñando autodefensa psicoemocional y mirada crítica a otros/as neptunianos/as.
Ironías de la vida…
Así, además de aprender a poner(nos) límites saludables a nosotros mismos y a los demás, las personas altamente sensibles necesitamos desarrollar un discernimiento crítico bien preciso a la hora de detectar a las personas y las situaciones que aparentan una bondad o virtud que no es tan cierta.
El relativismo moral en la espiritualidad “New Age” y el desarrollo personal
“El mayor truco del diablo es hacernos creer que no existe.”
- Charles Baudelaire
Si eres alguien que está interesado en crecer y desarrollarte como ser humano (cosa bastante probable si me estás leyendo), entonces es posible que no te sea ajeno el mundillo (por no llamarlo industria) del desarrollo personal y/o espiritual.
El personal y el espiritual, por cierto, son dos formas muy diferentes de desarrollo interior, pero que últimamente se entrecruzan en sus discursos y lenguajes.
Y si te has movido (aunque sea un poco) por ese “mundillo” del crecimiento personal y/o espiritual, es probable que en algún momento te hayas topado con el mensaje de que “el Bien y el Mal no existen per se”. Que “Bien” y “Mal” son sólo etiquetas, en gran parte arbitrarias, que ponemos a las cosas y a las personas, basándonos en nuestros prejuicios individuales y marcos culturales.
O que, en el fondo, todo está Bien.
Esta aseveración, en ocasiones revestida de forma sutil de soberbia espiritual o superioridad intelectual, se oye mucho en círculos en los que el buenismo, el progresismo y la espiritualidad se valoran al alza.
Casi parece que afirmar que el Bien y el Mal son construcciones meramente humanas (y acaso un poco primitivas) otorga alguna clase de refinamiento a quien lo proclama.
Pero OJO, porque suelen ser las personas y los grupos de personas más interesados en anular el discernimiento crítico de los demás (para poder aprovecharse de ellos con impunidad) quienes más abanderan la doctrina de que “El Bien y el Mal no existen”.
A menudo, son los depredadores humanos quienes más insisten en adoctrinar en su lema de que “El Bien y el Mal son sólo etiquetas” a las personas más propensas a tomarles en serio: gente embarcada en procesos de desarrollo personal y espiritual, abierta a revisar sus propias creencias limitantes y ampliar sus horizontes mentales.
Puede que tú mismo/a hayas pensado en estos términos en algún momento, o que lo hayas afirmado. Puede, incluso, que lo sigas haciendo ahora.
Y a ver, no pasa nada, entiéndeme… no estoy diciendo que piense que creer que “el Bien y el Mal no existen” esté mal. Sólo afirmo que es una creencia parcialmente errónea.
Yo misma llegué a valorar cuánto de cierto hay en la idea de que “el Bien y el Mal son sólo etiquetas”, y lo llegué a afirmar en algún momento (aunque “con la boca pequeña”).
Y es que, a cierto nivel, es verdad. Hay una verdad contenida en todo ello.
Pero sólo a un nivel, y es importante comprender el nivel en el que NO es verdad que el Bien y el Mal no existan.
La confusión viene, a mi parecer, de que tanto el desarrollo espiritual como el personal ayudan a tomar perspectiva y relativizar con casi todo, ambas vías convergen en el mismo punto relativizante.
Ambos procesos de desarrollo interior coinciden en ese aspecto, y si nos embarcamos en uno u otro (o en ambos), acabaremos tarde o temprano abocados a relativizar sobre el Bien y el Mal: el crecimiento espiritual porque ayuda a liberarnos de los prejuicios limitantes de nuestra individualidad más estrecha, y el crecimiento personal porque nos empuja a liberarnos de los prejuicios socialmente internalizados sobre lo que está bien, y lo que no.
A través de vías ligeramente diferentes, ambos caminos del desarrollo interior llegan a la misma conclusión: los conceptos “Bien” y “Mal”, “bueno” y “malo” son, en gran medida, abstracciones humanas fruto de la estrechez de miras (inevitable), producto de nacer como individuos concretos en una sociedad concreta.
Y sí, así es… en gran medida.
Pero no del todo.
(Nótese bien la negrita).
En gran medida, “bueno” y “malo” son conceptos o etiquetas que asignamos de manera bastante subjetiva a las cosas que suceden a nuestro alrededor, basándonos en nuestras preferencias y gustos personales, nuestro entendimiento subjetivo, y en nuestras creencias (influidas por nuestra cultura y nuestro tiempo) sobre lo que está bien y lo que está mal.
Es decir: sí, en gran medida, y en muchos casos, nuestros motivos para pensar que algo está bien o mal son bastante circunstanciales y culturales, además de subjetivos; son relativos.
Esta relatividad respecto a lo que es “bueno” o “malo” es aplicable, sobre todo, a las cosas que suceden por causas que exceden lo humano, o sea, sin intervención humana, ni directa ni indirecta.
Hay un cuento zen bastante famoso, sobre un señor que criaba caballos, que ilustra muy bien esta relatividad en las cosas que nos suceden: nunca podemos saber a ciencia cierta si lo que sucede en nuestras vidas está realmente “bien” o “mal”, porque desconocemos la totalidad de las causas de los hechos, y sus consecuencias a medio y largo plazo.
Y tal vez no tenga sentido siquiera pretender asignarle una etiqueta a cada suceso que acontece en nuestro pequeño metro cuadrado, porque hay tanto que desconocemos en el gran Misterio que es la vida…
👉 Si quieres leer el cuento, puedes hacerlo aquí. Es cortito y merece mucho la pena.
Pero, más allá de los sucesos fortuitos, naturales o accidentales, sin orígenes trazables hasta causas humanas, y en los que no tiene mucho sentido entrar a poner etiquetas rígidas de “bien” o “mal”, están los sucesos causados por los actos de las personas.
Cuando hablamos de que un suceso está bien o mal, es necesario diferenciar si es un suceso natural, o uno causado directa o indirectamente por actos humanos.
Como decía, no tiene mucho sentido tratar de categorizar los sucesos fortuitos o naturales como “buenos” o “malos”, o al menos no lo tiene aferrarse demasiado a dichos juicios, porque serán casi siempre relativos y sesgados.
Pero tema diferente son los hechos causados por los actos humanos. Y, en nuestras vidas, gran parte de las cosas que suceden tienen una causa directa o indirecta relacionada con otras personas, ya sean personas individuales con nombres y apellidos, o la sociedad humana en su conjunto.
En nuestra sociedad, tremendamente interconectada y compleja, la mayor parte de cosas que nos pasan en nuestras vidas son a causa de los actos de otros seres humanos, cercanos o lejanos, directa o indirectamente.
💡 Piénsalo un momento: ¿te resulta fácil pensar en algún suceso de tu vida en el que no haya estado implicado (directa o indirectamente) otro ser humano?
Es en este segundo tipo de sucesos donde no sólo cabe entrar a catalogar las cosas como “buenas” o “malas”, sino que es imprescindible hacerlo.
En las relaciones humanas, pasarse de rosca en la relativización, desestimando por absurdo o inútil cualquier intento de adherirse a un código ético o moral, es muy peligroso.
Esto es el llamado relativismo moral, que es de lo que trato de advertir, en el fondo, en toda esta carta: relativizar con el aspecto ético de un suceso, cuando no toca y como no toca.
Y, por si no entiendes a qué me refiero al decir que es “muy peligroso” pasarnos de rosca al relativizar, te pongo un par de ejemplos muy gráficos:
( ✋ Trigger alert: alusiones a abusos)
Ve y dile que “el Mal no existe” a una pequeña comunidad indígena del Amazonas, cuyas tierras y forma de vida han sido arrasadas por un incendio provocado por las mafias de la industria de la soja.
O dile a la madre de una joven secuestrada y torturada para exigir un pago por el rescate, que el Bien y el Mal son conceptos abstractos.
Si tienes huevos, ve y dile a un niño abusado sexualmente por su propio padre, que el Mal es sólo una etiqueta, un concepto imaginario. Una abstracción subjetiva sin existencia definida.
¿Entiendes a qué me refiero?
He puesto ejemplos muy extremos, lo sé, para que sientas ese rechazo visceral ante lo que está MAL, universalmente mal, de manera inequívoca.
La parte de ti que se agita y violenta internamente ante la mera idea de relativizar con esas situaciones de ejemplo, es precisamente la brújula ética innata que (casi) todos los seres humanos traemos de serie.
El Bien y el Mal sí tienen una existencia muy real, como manifestaciones concretas del comportamiento humano. Y, en ese plano, en el plano en el que sí existen (en el plano de las relaciones humanas), la diferencia entre el Bien y el Mal es universal y, para mí al menos, está muy clara.
En el fondo, te hablo de valores, los valores humanos universales. De lo que nuestros corazones saben distinguir, sin razonamientos lógicos de por medio, como bueno o malo.
Hablo de la llamada Ley Natural1, cuya esencia se podría resumir en:
No dañes a otros.
O:
No hagas a nadie lo que no querrías que te hicieran a ti.

Relativizar con los sucesos fortuitos de nuestras vidas, y abstenernos de juzgarlos como “buenos” o “malos” en base a nuestras preferencias personales, es una actitud bastante sana y liberadora. La relativización, cuando se aplica de la manera justa y adecuada, nos ayuda muchísimo a tomar perspectiva y alcanzar una cierta paz interior en esta aventura que es vivir una vida humana.
Pero pretender hacer el mismo ejercicio de relativización cuando los hechos con los que estamos relativizando implican un daño o perjuicio a alguien, causado directamente por las decisiones y acciones humanas, es muy peligroso. Supone adentrarnos en el terreno del “todo vale” porque, supuestamente, el Bien y Mal no existen (y la culpa tampoco, según se deriva de esta misma idea).
El relativismo moral está en boga en la llamada “nueva espiritualidad” o “espiritualidad New Age”, y también en el mundo del desarrollo personal.
Conozco y me he movido durante algunos años por esos círculos, y veo que la idea de que el Bien y el Mal no existen (y la culpa tampoco) se abandera como una manifestación de gran virtud y desarrollo interior; como una señal de gran sabiduría y altura espiritual.
Pero no lo es. El relativismo moral es una perniciosa deformación de la perspectiva y amplitud de miras propias del desarrollo interior.
Es una deshumanización y una desconexión de la brújula ética innata que (casi) todos los seres humanos traemos instalada de serie, dentro del corazón.
El desarrollo personal y espiritual que anestesia a nuestra brújula del corazón (a la parte de nosotros/as que sabe —porque lo siente— lo que está Bien y lo que está Mal), es una involución muy peligrosa. Para uno/a mismo/a, y para los demás.

La luz, la oscuridad, y toda la escala de grises in between
El mayor problema que enfrentamos las personas neptunianas con este tema del Bien y el Mal, no obstante, no es una dificultad para distinguir entre el Bien y el Mal en sus manifestaciones más evidentes o absolutas, como en los ejemplos extremos que te he puesto antes.
En casos así, con expolios, asesinatos o claros abusos de por medio, nadie en su sano juicio duda de lo que está bien y lo que está mal. En general, cualquier persona con dos dedos de frente y mínimamente conectada con su propio corazón, sabe distinguir entre el Bien y el Mal cuando los tiene delante.
El problema, para nosotros/as, está en discernir cuándo estamos lidiando con un nivel menor de maldad, o con un Mal encubierto.
En la mayoría de circunstancias que vivimos en nuestro día a día, nos vemos envueltos en una mezcla heterogénea de luces y sombras, de motivaciones más o menos ocultas, y de consecuencias perjudiciales cuya responsabilidad no queda del todo clara, y que pocos quieren asumir.
Es en la confusión de los grises, y no en el evidente contraste entre el blanco y el negro, en donde las personas altamente sensibles, empáticas e idealistas más tendemos a perdernos y consumirnos.
De esto te hablaré en mi próxima carta, si tú quieres leerme.
En la próxima entrega de Cartas desde Neptuno te compartiré mi sistema personal de calibrado entre el Bien y el Mal (¡con infografía nerd incluída!), fruto de muchos años de reflexión e investigación.
Y de alguna que otra “noche oscura del alma”, también.
En realidad, la idea de hablar de este tema surgió a partir de un dibujito o esquema que tracé una mañana cualquiera en mi cuaderno de journaling, que después amplié y convertí en una infografía bastante resultona, y que luego decidí que merecía ser compartida.
Pero claro, esto requería explicarte unas cuantas cosas antes, no podía publicar la infografía a secas y pretender que la gente la entendiera, sin más…
Así pues, en mi próxima carta te compartiré la famosa infografía que motivó esta serie de cartas, y te explicaré cómo y dónde trazo yo la línea roja que separa el Bien del Mal, en cualquier situación dada. Incluso en las circunstancias con más matices y sutilezas.
No te lo pierdas, porque te puede ser de ayuda (y esa es la idea).
Pero, de momento, me encantará saber qué opinas tú sobre todo lo que te he contado hoy.
¿Qué piensas sobre el relativismo moral? ¿Te lo has encontrado alguna vez en algún libro, grupo, canal o en la boca de algún gurú del crecimiento personal/espiritual?
¿Cómo te sentiste al respecto, o cómo te afectó?
Cuéntame más abajo en los comentarios 👇, si quieres. Me gustará leerte.
Y nada más, ya me retiro por hoy.
Te quiero dar infinitas gracias por acompañarme hasta aquí, y espero que este ratito que has pasado conmigo te haya sido de provecho.
Nos vemos en 2 semanas, como siempre en sábado.
Muchos besos, cuídate.
Clara. 🌾
Disclaimer importante: todo lo aquí expresado es tan solo una opinión personal, inevitablemente sesgada y limitada por mis experiencias vitales, mi personalidad, y la información de la que dispongo hasta este momento. Te ruego que no tomes nada de lo que digo en mis publicaciones como un consejo profesional de ningún tipo, pues no lo es, ni puede serlo.
En este artículo se describe la Ley Natural como la Ley que está por encima de todas las leyes humanas; pero yo la entiendo de forma más amplia, como se entendía en la filosofía ética del antiguo Egipto, y como se entiende en el ocultismo: es el principio ético universal que está por encima de todas las leyes, las humanas y las no humanas, en todos los planos de existencia en los que hay vida autoconsciente.
Un tema muy difícil, desde luego, Clara. Me encanta que te atrevas con ello y que nos hagas pensar. No sé si seré o no neptuniana, pero desde siempre me ha fascinado la idea del Bien y del Mal y le he dado muchas vueltas, aunque no sé si tantas como tú.
Para mí la mejor definición que he encontrado sobre el mal es la que da Cynthia Bourgeault, una mística cristiana moderna, y es así: "El mal es un campo de energía tóxicamente perturbado y contagioso que se activa en una persona o personas a través de la ejecución de un impulso semi-voluntario impreso como un hábito para destruir o dañar a otros en un esfuerzo por preservar su propio ego o estructura personal.
Complejo, pero porque el propio Mal es un fenómeno complejo. Lo desgrano un poco tal y como lo explica ella y vemos si te cuadra, que yo creo que algo sí que resuena con lo que estás contando en tu carta.
- El mal se activa, es decir, no lo creamos sino que está presente en el mundo y lo llamamos con nuestros actos.
- No hay una "persona malvada" per se sino una persona enganchada a actos malvados por fuerza del hábito, porque su respuesta es habitualmente egoísta. Esto es propio de las personalidades narcisistas.
- Es contagioso: el mal atrae al mal, la violencia engendra violencia. Cuando alguien nos hace daño, es muy difícil no responder de la misma manera. Ese es el gran reto.
- Tiene que ser un acto llevado a cabo en el mundo, no basta con un pensamiento o deseo. Todos deseamos hacer el mal en ocasiones, pero nos contenemos.
- Responde a la necesidad de preservar nuestro ego, que es muy frágil y puede romperse con facilidad. Para los narcisistas, hundir a otra persona ayuda a reforzar su propia estructura es lo que mantiene su identidad a flote.
Desde el punto de vista budista, el mal puede ser simplemente la consecuencia de la ignorancia fundamental: no saber quiénes somos ni cómo podemos ser realmente felices. Por eso estas personas que realizan actos malvados (narcisistas, psicópatas, pero también nosotros en una escala menor), lo hacen llevados por la desconexión con la auténtica fuente de felicidad, que es la interdependencia.
Por otro lado, Charles Eisenstein, otro filósofo que es enormemente inspirador para mí, habla de que hoy en día vivimos una polarización enorme que es lo que está desgarrando el tejido de la sociedad, y esta polarización se basa en la creencia de que el Otro es el Mal y nosotros somos el Bien, y por tanto cualquier acto que realicemos está justificado porque está luchando contra el Mal. Estamos desconectados, condenando y juzgando duramente a la mitad de la humanidad, los que practican una religión o tienen una ideología diferente a la nuestra, cuando en realidad estas personas, en el fondo, no son tan diferentes de nosotros mismos. Cometen errores y hacen cosas malas, igual que nosotros, pero no son esencialmente malos. Ver a alguien como esencialmente malo e irredimible es parte del problema.
En fin, un tema que da para largo, tan largo como milenios que llevamos practicando la filosofía. Me quedo sobre todo con cuidarnos y poner límites a lo que es intolerable. La compasión no implica pasividad.
Hola Clara. Este tema puede ser peliagudo para muchos. Y es que muchas cosas de nuestra sociedad se rigen por esta brújula moral, que puede cambiar en cada cultura.
Me gusto mucho como hablaste de la existencia del mal. Muchas veces sabemos en nuestro corazón, una voz de la intuición que estamos haciendo algo malo, pues daña a otra persona o si nos fuera hecho a nosotros sufriríamos. La ley natural.
Creo que he intentado regirme en ella, pero no había escuchado su nombre. Me gusta saberlo pues así puedo buscar más cosas en el futuro.
Muchas gracias y te sigo leyendo 😊