Aviso: esta carta de hoy viene especialmente larga. Contiene nada más y nada menos que 6.000 palabras.
No sé a qué velocidad leerás tú, pero en 5 minutos ya te digo yo que no te la vas a acabar.
Quedas oficialmente avisado/a, continúa bajo tu responsabilidad.
(Se recomienda acompañar la lectura con una bebida al gusto y una barrita energética).
🏷️: Autoconocimiento, Autodefensa emocional, Espiritualidad
Hola, bonico, bonica. ¿Cómo estás hoy? Espero que muy bien.
Bueno, pues aquí estoy yo…
Me siento un poco como si estuviese subida a un escenario, parapetada tras un púlpito. Con los focos alumbrándome desde arriba, el sudor frío perlándome la frente y, ante mí, una multitud escéptica y en silencio, esperando a que hable.
Aunque aquí sólo estemos tú y yo, y nuestras pantallas retroiluminadas entre ambos/as. Este miedo escénico que siento se debe a lo complejo del tema del que hoy te quiero hablar, y a que uno de mis principales miedos en la vida es ser malinterpretada (y juzgada, debido a ello).
Así que, en un movimiento preventivo, empezaré por aquí:
Yo ni soy, ni me creo, una santa.
Creo que las personas santas no existen, y que todos los seres humanos tenemos la capacidad de actuar desde el Bien y desde el Mal. Y desde cualquiera de los tonos de grises que hay entre las dos polaridades.
Como mucho, creo que hay personas que se esfuerzan más que otras por actuar desde el Bien, con mayor o menor éxito. Porque la cosa no está fácil… Esta vida es naturalmente compleja, y el Sistema nos somete, además, a tal nivel de presión, incertidumbre, dolores y traumas, que lo de mantenernos en el lado luminoso se nos complica bastante a todos/as.
Soy un ser humano falible, vulnerable y con miserias. Como todo el mundo, hasta donde yo sé. Aun así, me esfuerzo por mantenerme en el lado del Bien; pero esforzarse por actuar siempre desde el Bien no es lo mismo que ser una santa: todos estamos expuestos a actuar mal si se dan las condiciones adecuadas de presión y temperatura.
Y yo no soy una excepción a esa regla.
Lo sé por experiencia, porque he cruzado varias veces los límites de mi resistencia al dolor y el miedo, y en esas ocasiones le he visto la cara a todas mis sombras: las conozco bastante bien, por sus nombres y apellidos. Sé por dónde asoman, y bajo qué circunstancias pueden aparecer e intentar tirar de mí hacia “el lado oscuro”.
(Lo siento… era inevitable que, en esta carta, acabase saliendo alguna alusión a La Guerra de las Galaxias… 😄).
Y tengo que decir que, si no fuera porque estoy convencida de lo importante que es hablar de este tema entre las personas que nos identificamos con los rasgos neptunianos, no me metería en semejante atolladero de temática.
La carta de hoy está pensada en especial para las personas neptunianas (como todas mis cartas), pero creo que puede llegar a resonar con cualquier persona interesada en su desarrollo personal.
👉 Principales rasgos neptunianos:
▪︎ alta sensibilidad
▪︎ alta empatía
▪︎ idealismo y gran sentido de la justicia
▪︎ facilidad para conectar con el plano intuitivo o espiritual
Este conjunto de rasgos nos hace especialmente proclives a acabar en relaciones y situaciones confusas o turbias. Situaciones en las que se desdibuja la línea roja que separa lo que está bien de lo que está mal, quedando emborronada entre demasiados matices y medias tintas.
En mi experiencia, tanto personal como profesional, las personas neptunianas tendemos a ser engañadas o manipuladas con mayor facilidad que el resto de personas. No porque seamos tontas o ingenuas, sino porque nuestros rasgos típicos son fácilmente utilizables en nuestra contra. Salvo que sepamos detectarlo y poner(nos) límites.
La alta sensibilidad nos hace tener bastante aversión a los conflictos, y una intuición afinada para detectar cuándo y por dónde se avecinan.
Esto puede resultar en una dificultad para enfrentar las pequeñas injusticias cotidianas, para alzar la voz y defender nuestras necesidades y opiniones, si intuimos que callando y evitando la confrontación directa nos ahorraremos un conflicto desagradable.
Esta tendencia supone, de facto, una dificultad para poner límites cuando son necesarios, porque priorizamos la paz ante (casi) todo.Además, la alta sensibilidad comporta una gran capacidad reflexiva, y una preferencia por razonar y valorar todos los puntos de vista de una situación antes de actuar.
Esto, unido a la alta empatía, nos hace entender con mayor facilidad a los demás: cómo se sienten, qué les ocurre, y por qué actúan como lo hacen.
Y, por más que esta capacidad para comprender profundamente a los demás sea algo (yo creo) hermoso, práctico y muy necesario, es fácil que acabemos empatizando “demasiado” y justificando actos injustificables.
En nuestro caso, de comprender a empatizar, de empatizar a perdonar, y de perdonar a permitir, hay pasos muy pequeños.Por otro lado, la marcada tendencia neptuniana a idealizar a los demás también nos convierte en blancos fáciles para el engaño.
La idealización se debe, en parte, a que conectamos fácilmente con la esencia de las personas, los seres vivos, los lugares y las cosas en general.
Al sentir o incluso entrever con facilidad esa esencia (que normalmente es bonita), tendemos a quedarnos embelesados con ella, y solemos tener dificultad para registrar o dar la debida importancia a todos los detalles sutiles que nos informan, desde el principio, de que hay cosas “menos ideales” en esa situación o persona.Por último, la facilidad neptuniana para conectar con el plano de lo sutil o espiritual, hace que nos cueste menos que a otras personas sentir la conexión que nos une a todos y a todo.
Neptuno, en astrología, representa el vínculo invisible que conecta a nuestra alma con el alma del mundo. La unión de nuestra esencia con el Todo.
La compasión es una consecuencia inevitable de tener una cierta facilidad para percibir nuestra conexión con todo y todos los demás. Y, aunque esta compasión es algo muy necesario en este mundo, en nuestras vidas personales puede convertirse en uno de nuestros puntos débiles: es la compasión, mal entendida, la que nos puede hacer dar el pasito que separa al perdón de la permisividad.
Por todas estas tendencias y características, a los/as neptunianos/as nos suele costar detectar y detener las manipulaciones psicológicas, los chantajes emocionales y los pequeños abusos encubiertos. Hay muchas actitudes opacas, estrategias de manipulación y microagresiones cotidianas que están demasiado normalizadas en nuestra sociedad, en nuestras dinámicas relacionales del día a día, aunque son formas sutiles de maldad. Y, como tales, son dañinas. A menudo, mucho más dañinas que si fuesen más graves o evidentes.
Si no lo has hecho ya, entenderás en breve a qué tipo de circunstancias turbias o confusas me refiero, en las que la línea que separa al Bien y al Mal se difumina, y en las que podemos acabar atrapados y confundidos.
Seguro que ya habrás experimentado alguna que otra…
Dicho esto, y para tener una estructura desde la que poder analizar nuestros propios actos y los de los demás, voy a intentar explicarte de la forma más breve y clara posible lo que son, para mí, el Bien y el Mal. Te voy a compartir mi brújula moral, esperando que te sirva a ti también.

Bien VS. Mal
Creo que el Bien y el Mal son formas de actuar, o formas de estar en el mundo.
Para mí, el Bien y el Mal son dos maneras distintas (y opuestas, en sus formas más extremas) de tomar nuestras decisiones, de priorizar, de expresarnos, de callar, o de abstenernos de actuar. Dos maneras de estar en la vida, de experimentar de forma activa la existencia.
Toda acción o inacción, toda palabra o silencio, implican una decisión, consciente o no, de desde dónde nos situamos ante nosotros mismos y ante el mundo, y hacia qué dirigimos nuestra energía: qué pretendemos conseguir con cada acción.
Y es en esa elección donde entran el Bien y el Mal, con toda su escala intermedia de grises.
El Bien
Tal y como yo lo entiendo y lo siento,
el Bien es toda acción que llevamos a cabo intentando no perjudicar ni dañar de ninguna manera a nadie.
Esta breve definición requiere que explique varios de los términos que la conforman, porque el Diablo se esconde en los matices…
Cuando digo “acción”, me refiero a cualquier acto que realizamos. Pequeño o grande, discreto o en público, trivial o trascendente. Cualquier cosa que hacemos, por pequeña o grande que sea, tenga audiencia o no la tenga; también entra aquí cualquier cosa que decidimos no hacer, por la razón que sea; todo lo que expresamos (por cualquier medio), y todo lo que callamos u omitimos.
Y también incluyo en la definición de “acción” la manera y el momento en el que la realizamos (o no); o sea, el cómo y el cuándo.
Todo lo que hacemos o decidimos no hacer, lo que decimos o callamos, y la manera y momento en el que lo hacemos. Eso es una “acción”.
O sea que, según esta descripción, nos pasamos el día realizando acciones, cientos de ellas: cada frase que intercambiamos con otra persona, cada compra que realizamos, cada pequeña decisión que tomamos, cada tarea que completamos.
Por otro lado, cuando digo “no perjudicar ni dañar de ninguna manera”, me refiero a que nuestra acción no impacte negativamente en otro ser vivo.
▪️ “No perjudicar” significa no restar bienestar, salud, autonomía, felicidad ni libertad al otro/a.
▪️ Y “no dañar” significa no herirlo ni física, ni emocional, ni mental, ni espiritualmente.
Es decir, no perjudicar ni dañar de ninguna forma.
Por último, cuando digo “a nadie”, no me refiero únicamente a las personas humanas, ni sólo a las del entorno más directo. Me refiero a todos los seres vivos, pequeños, medianos y grandes, cercanos y lejanos: todas las personas, animales, plantas y resto de seres vivos que son afectados directa e indirectamente por nuestras acciones.
Esto implica, en algunos casos, pensar en personas que viven muy lejos y que fabrican o cultivan los objetos y alimentos que consumimos, y también en ecosistemas que se ven afectados por las prácticas poco éticas de empresas a las que compramos o contratamos.
…Es mucho a tener en cuenta, lo sé. Pero tranquilo/a, que se puede abordar desde lo pequeño, desde lo cotidiano, desde nuestro metro cuadrado personal.
Como ves, estas definiciones son muy abarcativas, muy amplias. Tanto, que casi convierten a mi definición del Bien en un imposible, en una utopía irrealizable. Pero no lo es, pues la clave de todo está en la palabra “intentando”: toda acción que llevamos a cabo intentando no perjudicar ni dañar de ninguna manera a nadie.
Para mí, el Bien reside no en el resultado de nuestras acciones (en si realmente logramos no perjudicar a nadie), sino en su intencionalidad. En el desde dónde y el para qué de nuestros actos, no en el desenlace final de estos.
Como entenderás, el resultado directo e inmediato de nuestras acciones no está totalmente bajo nuestro control, y el resultado indirecto y a largo plazo excede, por mucho (¡muchísimo!) nuestra capacidad de pronóstico y control.
Por eso entiendo que el Bien no está en los resultados, sino en las intenciones.
O sea, actuar desde el Bien es tener en cuenta y preocuparnos por las consecuencias de nuestros actos sobre los demás y sobre nuestro entorno, con la pretensión y voluntad de no herir ni perjudicar a nadie por el camino. Aunque a menudo no lo logremos, o no sea posible no perjudicar a nadie.
“No perjudicar ni dañar de ninguna manera a nadie” es un intento, una intención puesta en marcha.
Y en ella reside, para mí, el Bien. De esa intención puesta en acción, saldrán resultados unas veces mejores y otras peores, pero si la intención es tratar de no dañar a nadie, estaremos apuntando siempre en la dirección correcta.
La forma más luminosa o “pura” del Bien son aquellas acciones en las que no sólo intentamos no perjudicar ni dañar de ninguna manera a nadie, sino que nuestra pretensión es ayudar o beneficiar a otros, sin beneficio propio.
”Sin beneficio propio” significa sin pretender lograr una ganancia de ningún tipo: ni material, ni económica, ni de reputación, ni de autoimagen, ni estratégica… Los actos realmente altruistas y generosos son, para mí, los que mayor “porcentaje de Bien” contienen.
Todavía dentro del saco de lo que para mí es el Bien, después vendrían los actos en los que buscamos un beneficio mutuo (intentando no perjudicar a nadie por el camino).
Y después, estarían aquellos actos en los que la pretensión es lograr un beneficio propio, pero intentando no perjudicar ni dañar a nadie.
Esta última clase de acciones, para mí, sigue siendo una forma de hacer el Bien, siempre que intentemos y nos preocupemos por no dañar de ninguna manera a otros seres.
La búsqueda del beneficio propio es absolutamente necesaria, y no es ni buena ni mala per se. Esto último depende de si, en nuestra búsqueda de ese beneficio propio, tenemos o no tenemos en cuenta las repercusiones de nuestros actos sobre los demás y sobre el entorno.
El Mal
Por oposición a lo anterior,
el Mal es toda acción que realizamos ignorando, olvidando, o no importándonos los daños o perjuicios que ésta pueda ocasionar a otros seres.
Mi visión del Mal amplía bastante la definición más habitual, que me parece muy limitada y limitante: que el Mal es querer hacer daño a otros, expresa y voluntariamente.
Para mí, la intención expresa de herir, perjudicar o dañar a otros/as es la forma más oscura o “pura” del Mal, pero no es la única.
Las acciones que realizamos sin pretender expresamente dañar a nadie, pero no importándonos o no preocupándonos por si lo hacemos o no, para mí también son formas de actuar desde el Mal.
Sin que haya una intencionalidad directa de hacer daño, hay un egoísmo dañino que repercute en otros, o en el entorno. Al ignorar voluntariamente los daños y perjuicios que ocasionamos a nuestro alrededor, convertimos nuestros actos en dañinos, aún sin una mala intención expresa.
Esta definición del Mal puede parecer muy exigente porque, en nuestra sociedad, que empuja con fuerza hacia el individualismo y el egoísmo, y en la que cada cosa que compramos, cada prenda de vestir que nos ponemos, y cada contenido que consumimos tienen una huella ecológica y social inescapables, pretender no perjudicar a nadie (en ninguna parte) con nuestras acciones… es una quimera. Sencillamente, no es posible formar parte de nuestra sociedad y no perjudicar a ninguna persona ni a ningún ser vivo.
Por no hablar del hecho de que nuestros cuerpos son virtualmente incapaces de mantenerse vivos sin consumir la vida de otros cuerpos (animales y vegetales), y que eso nos obliga, por diseño natural (o divino, si me permites llamarlo así), a tener que arrebatar constantemente vidas ajenas para sobrevivir.
Por ello vuelvo a la importancia de la intencionalidad en nuestras acciones. Para mí, el Mal no consiste en dañar o perjudicar a otros seres, sino en que no nos importe y no nos preocupe hacerlo.
En que no pongamos la atención, ni la intención, ni los medios, para no dañar a otros seres vivos, o reducir los daños al mínimo posible.
Esta forma de definir el Mal no es algo que haya tomado de ninguna corriente filosófica o religión organizada (pues no practico ninguna), aunque después he visto que encaja con algunas tradiciones y corrientes como el budismo, o el iusnaturalismo o Ley Natural.
Llegué a esta manera de definir el Mal tras salir de una relación personal muy compleja, en la que la otra persona utilizaba su apariencia de muy buena persona para enmascarar sus intenciones verdaderas.
Era un hombre con una imagen pública de humanitarismo, entrega y dulzura, pero que, en la intimidad, manipulaba, utilizaba y mentía (a sí mismo y a los demás) para mantener a salvo su autoimagen y lograr sus objetivos. Costase lo que costase, hiriese a quien hiriese por el camino.
Se conducia siempre con buenas maneras y diplomacia, eso sí. Por esto mismo (y por mis propios puntos ciegos) me resultó difícil comprender que estaba en una relación de abuso, y salir de ella.
Posteriormente empecé a ver a mi alrededor las mismas estrategias de tergiversación, buenismo, manipulación psicológica y chantaje emocional que había visto en aquella relación de la que tanto me había costado salir. Y comprendí dos cosas:
Que había estado toda mi vida confundida y manipulada por personas muy cercanas a mí, y que por eso tenía una visión muy distorsionada de mí misma y de lo que estaba bien y mal.
Que esto no era algo que sólo me ocurriese a mí, y que en nuestra sociedad están normalizadas muchas formas de maldad “a pequeña escala”, y de maldad encubierta.
Lo cual nos lleva a…
La escala de grises y los tonos engañosos
Como te decía antes, la parte más complicada de cualquier marco ético (no sólo de éste) está en los matices.
Pero creo que en eso consiste, precisamente, nuestro principal aprendizaje en esta vida: aprender a elegir el Bien, a pesar de (y en medio de) todos los matices y dificultades.
Y reflexionar después sobre las consecuencias de nuestras elecciones, para aprender de todo ello y continuar haciendo mejores elecciones.
En este esquema, las principales dificultades para determinar cuánto de Bien o de Mal contiene una acción son dos:
➡️ Por un lado, está todo el espectro de grises que ocupan el espacio entre ambas polaridades. La bondad o maldad “puras” son fácilmente identificables, pero ¿qué ocurre con todas las situaciones en las que tenemos que hacer malabares entre el altruísmo y el egoísmo, entre el beneficio propio y el beneficio ajeno?
Los grises existen porque casi siempre hemos de tener en cuenta, al mismo tiempo, nuestras necesidades y beneficio personal, y las consecuencias que nuestros actos tendrán para otros/as.
Salvo que vivamos absolutamente aislados de la civilización, cultivando o cazando todos nuestros alimentos, tejiendo a mano todas nuestras ropas, y desplazándonos a pie a todas partes, estaremos consumiendo bienes fabricados por otros seres humanos y participando en la sociedad de una manera u otra. Formando parte de la comunidad global.
Y en cada acción que realicemos, tendremos que medir en una balanza imaginaria el peso de nuestro beneficio o perjuicio en comparación al beneficio o perjuicio ajeno.
Este cálculo lo solemos hacer de manera más o menos inconsciente en muchos de nuestros actos, pero el reto consiste en tomar cada una de esas decisiones de forma consciente y sopesada.
Pienso que el juego (o la aventura) de vivir en sociedad no consiste en tener solamente en cuenta el bien de los demás y de la comunidad, como si fuésemos hormigas o abejas. En mi opinión, que coincide con la del biólogo y escritor Ken Wilber1, el colectivismo puro es un paso hacia atrás en la evolución de la conciencia humana colectiva. (Con todo mi respeto a las abejas y las hormigas).
El reto consiste en cuidar de nosotros mismos, de nuestras necesidades y deseos individuales, Y de la comunidad global y el entorno. En intentar fomentar el bien común en nuestras acciones, pero un bien común que nos incluya también a nosotros.
Ahí reside la dificultad; en la mayor parte de cosas que hacemos diariamente, tenemos que buscar un equilibrio entre nuestras necesidades y deseos, y las repercusiones que tendrán nuestras acciones para otros seres vivos.
Pero barajar tantas variables puede resultar abrumador. Además de que, a menudo, no podemos llegar a una conclusión satisfactoria, porque no hay una respuesta única y definitiva para casi ninguna situación:
💭 ¿Cómo de bien o mal está no darle unas monedas a una persona que pide limosna, si nosotros consideramos que nuestra economía anda muy justa?
💭 ¿Cómo de bien o mal está pasar de largo en un paso de cebra junto al que había una persona esperando para cruzar la calle, si nosotros vamos con prisa?
💭 ¿Cómo de bien o mal está comprar por Amazon, que ya sabemos el tipo de prácticas de empresa que utiliza, si es nuestra única manera de conseguir determinados productos?
💭 ¿Cómo de bien o mal está adquirir una prenda de ropa que medio sí, medio no necesitamos, sabiendo que la industria textil es la que más contamina el medio ambiente?
Podría seguir con una lista infinita de situaciones en las que puede resultar difícil decidir cuál es la forma más ética de actuar, pero sólo lograría agobiarte. Lo sé, es complejo. Pero recuerda que, según este marco ético que propongo, lo más importante no es el resultado de las acciones, sino su intencionalidad. Esta manera de discernir entre el Bien y el Mal no se enfoca en los resultados, en lo bien o mal que salgan las cosas, sino en cuál era la intención auténtica movilizándonos a actuar: ¿tuvimos en cuenta a los demás en el momento de actuar? ¿Procuramos no perjudicar o dañar a nadie?
Creo que no se trata de pretender la perfección moral en todos nuestros actos (porque, básicamente, la perfección no existe), sino de hacer el mayor Bien posible, o el menor Mal, en cada situación. Hacer las cosas lo mejor que sabemos, con la información y los medios de los que disponemos.
Imagínate cuántas cosas cambiarían (a mejor) si todos hiciésemos esto, siempre.
Lo bueno que tenemos las personas altamente sensibles es que tendemos a ser, de forma natural, bastante reflexivas y conscientes de nosotras mismas y de las repercusiones de nuestros actos.
Lo malo, es que podemos llegar a sentirnos abrumadas ante la complejidad de ciertas decisiones, porque somos capaces de ver, con más facilidad que otras personas, una mayor distancia en el radio de alcance en nuestras acciones. Vemos hasta dónde pueden “salpicar” nuestros actos.
Pero, si te resuena todo lo que te vengo contando hasta aquí, recuerda que lo más importante es la intención: intentar no dañar con tus acciones (en la medida de tus posibilidades).
Tratar de tener en cuenta a los demás y al medio ambiente en tus actos, hacer el menor Mal posible, e ir ampliando poco a poco tu consciencia, con cada decisión y acto, sobre el lugar que ocupas en el mundo.
¿Qué te parece la propuesta? ¿Le ves sentido? A mí me gusta esta manera de enfrentar la complejidad ética de los tonos grises porque es amplia, permite el error y el aprendizaje, aunque exige un esfuerzo.
➡️ La segunda dificultad que plantea este esquema ético estriba en las tonalidades engañosas o confusas: en lo complejo que es, a menudo, determinar la intencionalidad verdadera de nuestros actos, y los de los demás.
Para determinar cuál es nuestra verdadera intención a la hora de realizar cualquier acción, es necesario que seamos muy honestos con nosotros mismos. Con cómo nos sentimos, qué deseamos en el fondo, y qué fuerzas hay operando en nuestro interior.
Aprender a reconocer qué nos moviliza realmente es un proceso que lleva tiempo, y que forma parte de nuestro viaje personal de autoconocimiento.
Además, la comprensión sobre cómo y cuán interconectados estamos al resto de personas y seres vivos del planeta, y qué repercusiones pueden tener nuestros actos en el mundo, es algo que sólo puede adquirirse con la experiencia y los años (y el interés). No nacemos sabiendo. Es necesario pasar por un proceso de aprendizaje progresivo sobre cómo funciona el mundo para poder determinar, grosso modo, hasta qué punto estamos realmente teniendo en cuenta a los demás en el momento de actuar.
En lo que respecta a las intenciones verdaderas en los actos de los demás, para saberlas nos vemos limitados a tener que conocer relativamente bien a esas personas, o desarrollar una muy buena capacidad de observación e intuición.
Hay ocasiones en las que las intenciones de los demás están más claras que el agua, pero normalmente no es así. En la mayoría de situaciones, las personas tienen (tenemos) varias intenciones simultáneas tras cada acción que realizamos. Y, a veces, son intencionalidades o motivaciones contradictorias entre sí.
Además, hay personas que tienden a verbalizar intenciones que no son del todo ciertas, bien porque no son plenamente conscientes de sí mismas, o bien porque pretenden ocultar sus auténticas motivaciones.
En estos casos, las personas altamente sensibles jugamos con cierta ventaja: generalmente, solemos tener facilidad para detectar o intuir las emociones y necesidades de los demás. Esto reduce un poco la dificultad para saber cuáles son las intenciones reales tras los actos de otras personas, porque la mayor parte de decisiones que tomamos los seres humanos están influidas por nuestras emociones.
Y, si tenemos la intuición lo suficientemente afinada y observamos con neutralidad, podemos notar qué necesidades o qué emociones se transparentan en muchos de los actos de la gente.
La cosa es saber cómo y dónde mirar: en el tono de voz, los microgestos, los silencios, los cambios bruscos de postura, los titubeos, las inconsistencias en el discurso, las incoherencias entre los hechos y las palabras.
Al observar con calma y neutralidad (esto último es lo más difícil), podemos intuir qué le pasa a la otra persona, qué siente, qué quiere, qué pretende. Realmente. Más allá de lo que dice, o lo que parece.
👉 Y tú, ¿qué tal te llevas con tu intuición? ¿La escuchas? Y, quizá más importante, ¿le haces caso?
La intuición no es infalible al 100%, pero cuanto más nos conocemos a nosotros/as mismos/as, más se afina.
Además, donde no llega la intuición, llega el paso del tiempo. Cuando tenemos la posibilidad de conocer poco a poco a una persona y observarla en distintos contextos y situaciones, vamos comprendiendo cómo es y cuáles son sus peculiaridades. Cuanto más conocemos a los demás, más fácil es intuir qué intención o intenciones hay tras sus actos.
Así podemos determinar en qué rango del espectro de grises se mueven habitualmente. Aunque a veces no podamos estar totalmente seguros de todas las intenciones que motivan a actuar otras personas, sí es posible mirarlas con perspectiva temporal y concluir si, en general, se mueven más en el rango luminoso del espectro, o en el rango oscuro.
Y aquí, por fin, es donde coloco el gráfico que motivó la escritura de esta carta y la anterior:

El Bien y el Mal como hábitos
Como te decía, creo que el Bien y el Mal son la manera en que tomamos decisiones y actuamos; no son cualidades inherentes a nosotros, ni a nadie.
Esto significa que no creo que ningún ser humano sea intrínsecamente bueno o malo, sino que sus actos se inclinarán más o menos a menudo hacia una polaridad u otra, ya sea por inercia, por ignorancia, por presión interna o externa, o por decisión consciente.
Este detalle puede parecer nimio, pero es crucial; implica no juzgar a las personas en global, pero sí a sus actos, y también a sus patrones de conducta.
Una cosa es juzgar a la persona, y otra muy distinta es juzgar sus acciones.
En el primer caso, si etiquetamos a todo un ser humano en su conjunto como “bueno” o “malo”, estamos cayendo en el eterno (y peligroso) juego de la polarización de “buenos contra malos”, “nosotros contra ellos”, y proyectando nuestras luces y sombras en los demás. De ahí a idolatrar o demonizar al otro hay muy poco, y seguro que ya sabes a dónde conduce eso…
En el segundo caso, si juzgamos como “buena” o “mala” una conducta, estamos etiquetando únicamente un hecho. No al ser humano completo. Si consideramos que su acción ha sido “buena”, no encumbraremos a la persona; y tampoco la deshumanizaremos, no la convertiremos en un monstruo en nuestra mente, si encontramos que su actuación ha sido “mala”.
Todas las personas son igualmente válidas y dignas, independientemente de cómo se comporten, y todas se merecen el mismo respeto. Nos caigan mejor o peor a nosotros, nos gusten más o menos sus acciones.
Esto es extensible a las personas que siempre se comportan de una manera que consideramos “mala”, o incluso “horrible”. Esas personas no dejan de ser seres humanos, y esto no hay que olvidarlo NUNCA. Porque es en el momento en que lo olvidamos, que comienzan todas las masacres y guerras.
El Bien y el Mal como indicadores del nivel de consciencia
Al final, en mi opinión, el Bien y el Mal son dos formas de situarnos frente al mundo y de relacionarnos con él, en base a cómo nos percibimos a nosotros mismos como parte de él. Bien y Mal son las maneras en las que actuamos dependiendo del nivel de consciencia en el que estemos situados a cada momento.
Si estamos en el nivel de consciencia en el que podemos entender, o incluso percibir, que formamos parte de un Todo mayor que nosotros, entonces tendemos naturalmente hacia el Bien. Incluimos en nuestra esfera individual al resto de personas y seres vivos, acogiendo al “nosotros” en el “yo”; y esto nos hace preocuparnos por las consecuencias de nuestros actos sobre la comunidad global.
En cambio, si estamos en un nivel de consciencia en el que no vemos o no entendemos que somos parte de algo mucho más grande que nosotros, lo que ocurre es que caemos en el miedo, el egoísmo, y la necesidad de control. Vivimos absortos en nuestra individualidad y supervivencia (física o egóica), percibiendo a los demás y al entorno simultáneamente como amenazas y como posibles medios para conseguir nuestros objetivos.
En mi opinión y mi experiencia, las personas que actúan desde el Mal en sus formas más oscuras, son seres humanos que se sienten (en el fondo) tremendamente solos y separados del resto de personas y del mundo en general. Apartados, escindidos. No perciben que están unidos a la naturaleza y que son parte de una gran familia humana. Suelen ser personas que no lo han llegado a percibir nunca.
Tienen, por decirlo así, el corazón cerrado al mundo, a la Vida, y al Amor.
Y sufren. Muchísimo. Viven torturadas internamente, con una tensión interior y una ausencia de paz que las consume desde dentro. Aunque, en muchos casos, no se lo reconocen ni a sí mismas.
Tienen terror, pánico, a perder sus parcelas de control (ilusorio), al que se aferran con uñas y dientes. Porque sienten que no hay nadie ni nada más ahí fuera, de piel para afuera.
Creen que, si no luchan por su propia supervivencia y por mantener el poder y el control, la Nada se las tragará.
Entiendo lo que es el vacío existencial que se abre entre uno mismo y el mundo cuando se tiene el corazón cerrado. Y, sin haber llegado nunca a actuar con niveles de maldad extrema, sé lo difícil que es no cruzar la línea roja que separa el Bien del Mal cuando se está en ese nivel de consciencia.
Lo sé porque yo misma pasé los primeros 25-30 años de mi vida conviviendo con esa sensación profunda y dolorosa de soledad, de estar separada del mundo. Ajena a él.
Y desde ahí brotaban un miedo constante y sordo, y una necesidad de acumular y asirme a cosas que me hicieran sentir un poco menos amenazada y en peligro. Un poco menos sola.
También vi muy de cerca, en mis familiares más cercanos, en algunas parejas y algunos amigos íntimos, cómo esa falta de paz interior nos puede llevar hacia el lado más oscuro. Tristemente, varias de mis personas más queridas viven instaladas en la polaridad del Mal, moviéndose entre el gris oscuro y el negro en todas sus acciones, y hace años que tuve que tomar distancia para que no me hicieran daño.
Pero, en todos los años de convivencia y vínculo estrecho con ellas, tuve ocasión de comprender que sus actitudes estaban motivadas por algo que no era nada más que una versión más extrema de lo que yo misma había sentido durante tanto tiempo: una soledad profunda, una escisión que parecía irreparable entre yo y el mundo, y un terror sordo pero constante a perder mi parcela de control, y ser engullida por el Vacío.
No pretendo decir, no obstante, que se deban justificar ni tolerar los actos de maldad, sobre todo los más dañinos. Ni muchísimo menos. Si tú detectas a tu alrededor a una persona que está habituada a actuar desde el Mal, aunque sea en un nivel de maldad (tono de gris) no muy oscuro, te ruego que pongas los límites que sean necesarios para protegerte.
Con este enfoque sobre el Bien y el Mal como expresiones de distintos niveles de consciencia, tan solo te propongo una forma compasiva y neutral de mirar a las personas que cometen actos de gran maldad, entendiendo que actúan empujadas por un sufrimiento muy profundo: el terror inconsciente que les causa su manera de percibirse a sí mismas frente al mundo.
El nivel de consciencia en el que sólo percibimos la separación y la diferencia, pero no la Unidad subyacente a todo.
Esta manera de entender lo que es el Bien, lo que es el Mal, y dónde está la línea roja que separa a ambos, a mí me sirve como marco ético con el que navegar la vida. Al menos de momento, pues procuro mantenerme siempre abierta a revisar todas mis ideas y creencias.
Este esquema mental me ayuda a tomar mis decisiones en el día a día, y a juzgar mis propios actos pasados para aprender de ellos y mejorar como persona.
También me sirve para juzgar los actos ajenos y comprender (o al menos intuir) el verdadero nivel de consciencia de las personas con las que me relaciono, para no llevarme sorpresas desagradables.
Desde que desarrollé y empecé a regirme por este marco ético, me he convertido en una persona con bastante buen ojo para detectar con rapidez los indicios de bondad y maldad en la gente.
Esto me permite poner y ponerme límites con mayor rapidez que antes. En el pasado, solía alargar demasiado el momento de cortar con situaciones drenantes o desequilibradas, tardando a veces AÑOS en poner fin a situaciones injustas. Dudaba de mí misma, de mis impresiones, de si estaba siendo egoísta o no, y de si era correcto poner distancias y límites en ciertos casos.
Ahora ya no dudo (casi).
Si detecto un gris oscuro o negro en una acción ajena, bien me hago una nota mental y pongo en observación a la persona, o bien tomo distancia con discrección. Depende del caso, claro.
Te he compartido mi brújula ética con el deseo de que, si algo de lo dicho te resuena, tú mismo/a la puedas utilizar en tu vida como herramienta de apoyo. Desearía que todo esto te haya aportado algo bueno.
Ya puestos a desear, me encantará leerte si quieres dejarme tu opinión abajo, en los comentarios, sobre cualquier cosa que este texto te haya suscitado.👇
Y… hasta aquí por hoy.
Uff!! 😅 En esta carta creo que he batido mi propio récord de longitud…
Nos leemos (si Dios quiere) dentro de 2 semanas, como siempre en sábado, con un tema más modesto y asequible (al menos para mí).
Que me meto yo sola en unos fregaos…
Un abrazo grande, ¡cuídate mucho!
Besos,
Clara. 🌾
Disclaimer importante: todo lo aquí expresado es tan solo una opinión personal, inevitablemente sesgada y limitada por mis experiencias vitales, mi personalidad, y la información de la que dispongo hasta este momento. Te ruego que no tomes nada de lo que digo en mis publicaciones como un consejo profesional de ningún tipo, pues no lo es, ni puede serlo.
Ken Wilber es un biólogo estadounidense conocido por sus ensayos de filosofía, en los que desarrolla una teoría integral sobre la conciencia. En ellos aúna y compara disciplinas diferentes, como la psicología, filosofía, religiones comparadas, medicina, biología y física. Su libro “Breve historia de todas las cosas” es, para mí, una genialidad. Si te gustan la filosofía y la metafísica, te lo recomiendo encarecidamente.
Estimada Clara,
Tu carta me ha pillado en medio de un gran paseo por la ciudad de San Cristóbal de La Laguna. Paré a sentarme en un banco para hacer seguimiento de mi publicación y me topé con la tuya… No he podido parar de leerte. Me encanta cómo te expresas y cómo cuentas las cosas.
Yo coincido en casi todo contigo. Digo en casi todo porque, a mi parecer, aquellos que se perpetúan en sus malas acciones pasan a ser malas personas. Directamente. Quizá esté equivocado, quién sabe, pero mi forma de ser me lleva a pensarlo de esa forma. Mi forma de encapsular a las personas buenas o malas pasa por ver y seguir en el tiempo la cantidad de acciones buenas o malas que cometen. Me refiero al hecho de ver si realmente tienen en cuenta al resto de seres vivos o si les importa todo tres pimientos. Lejos de todo ello, Dios me libre a mi de juzgar a nadie. Eso se lo dejo a los jueces. Yo simplemente me aparto de las personas que no me aportan nada bueno e intento socializar más con las personas de las que, creo, aprenderé lecciones de vida importantes.
Te dejo. Voy a seguir mi paseo mañanero. 😉
Gracias por hacerme pasar un rato de descanso ameno y agradable.
Gracias por estar. ❤️
👉 🌹
¡Comprendido perfectamente! Tienes toda la razón. El mal es tan parte del todo en el que vivimos como el bien. Polaridades necesarias con tonalidades de grises como tú muy bien describes.
Tienes además razón en que es un tema que enajena, y es el problema de nuestra sociedad actual, pensar que el otro es el mal y yo el bien. Que ellos se equivocan y yo tengo la razón. Cuando nada es tan claro ni cierto.
Y aunque te comprendo, no puedo dejar de pensar que aunque seamos de la misma especie, esos 'humanos' dejan de serlo, para mí, cuando su empatía hacia lo que les rodea no es solo es nula si o que además actúan con el mal por bandera. 🤷