🏷️: Autoconocimiento, Autocuidado, Slow-life
Hola, amigo/a neptuniano/a.
¿Cómo estás? Espero que estas líneas te encuentren bien, y en paz contigo mismo/a. Que no es poco…
Hoy vengo a compartirte unos pensamientos sobre el ruido que nos rodea y del que nos rodeamos, entendiéndolo en sentido literal y también metafórico.
En la carta de hoy te hablaré de:
El ruido interno que impide escuchar (y disfrutar) el silencio externo.
Por qué creo que a todos nos convendría amigarnos con el silencio.
Cómo las chicharras me dificultan la existencia (un poco) cada verano.
Vamos a ello, a ver qué opinas tú sobre este tema. 😊
Aquí, en el entorno natural que habito, (con permiso de las hormigas, ardillas y demás gente con la que comparto el territorio), hasta ayer mismo no se calló —eufemismo de “murió”— la última chicharra del verano.
Este año, el verano llegó tarde, y poco. Y las chicharras comenzaron a “cantar” (imagino que ellas deben de considerar que eso que hacen es cantar) tarde, y mucho.
Para compensar, supongo.
Aunque el otoño ya se percibe con claridad en el ambiente y en la temperatura, las cantarinas chicharras se resistían a morir, las muy… resilientes. Hasta ayer continuaron rasgando el silencio con sus chirridos, a pesar de lo que el calendario indicaba. Se seguían aferrando al ciclo de la vida como quien ya lo ha perdido todo y solo puede ganar, como borrachos que se niegan a abandonar la discoteca a pesar de que ya está amaneciendo.
Y tú dirás, tal vez:
”Pero Clara, ¿cómo tienes tan poca vergüenza de quejarte del maravilloso cantar de las chicharras, sinfonía típica de los bucólicos veranos campestres en las películas del Studio Ghibli? ¿Cómo eres tan desagradecida como para quejarte de tus privilegios de millennial neo-rural?”
Pues… en mi defensa debo decir dos cosas:
Son muchas, pero muchas, las chicharras que hay aquí en verano. De verdad.
Vivo en una zona boscosa llena de pinos, hay muchos pinos, pinos all around, y a cada pino se trepa una chicharra a chirriar todo el verano, de sol a sol.
El escándalo que arman entre todas es como el de una orquesta sinfónica en dolby surround, o como el de un estadio olímpico lleno de gente cantando al unísono, pero no compuesto por violines ni himnos nacionales, sino por millones de mini-motosierras afinadas en Fa menor.
Tengo, en palabras de mi madre, “oído de tísica”.
Puedo oír cómo silba la electricidad que corre por los cables, oigo los vehículos acercarse a varios kilómetros de distancia, y casi puedo oír cómo piensas ahora mismo: “Menuda exagerada”. Pero no, no exagero… la alta sensibilidad es algo muy real… y, en mi caso, el más sensible de mis sentidos altamente sensibles es el oído.
Hace ya más de 12 años, al dejar la ciudad e irme a vivir al campo buscando una vida más tranquila y conectada a lo esencial, lo primero que noté (y agradecí a un nivel visceral) fue…
…el silencio.
La ausencia de ruido externo, la casi absoluta falta de sonidos a mi alrededor.
Noté, sobre todo, la ausencia del ruido de fondo constante del tráfico; pero, también, la falta de sirenas de ambulancias, de cláxones impacientes, de aviones despegando y aterrizando, y de obras interminables en el vecindario.
Lo siguiente que noté, en ausencia de ruido externo, fue la nada desdeñable cantidad de ruido interno que ocupaba mi mente hasta los bordes, sin dejar ni un sólo resquicio libre.
En mi mente correteaban, como en una ratonera llena de ratones alimentados con una mezcla de cocaína y azúcar blanca al 50/50, cientos de pensamientos frenéticos y encadenados sin descanso. Muchos de ellos, además, negativos o destructivos.
Por el interior de mi mente campaban a sus anchas comentarios mentales sobre cada cosa que miraba o experimentaba, preocupaciones recurrentes sobre tonterías sin importancia, auto-recordatorios constantes de mis tareas por cumplir, auto-reproches por mis errores y defectos, recuerdos intrusivos sobre asuntos dolorosos del pasado, proyecciones (ansiosas) a futuros que podían (o no) suceder… y todo ese ruido mental generaba, a su vez, su buena cuota de ruido emocional: sobre todo ansiedad, pero también frustración, miedo, impaciencia, dolor, culpa…
Ante el evidente contraste entre el silencio que me envolvía y la falta de silencio en el interior de mi mente, me di cuenta bien rápido de que había mucho más “ruido” dentro de mi cabeza que el ruido y el caos externo de los que había querido alejarme marchándome a vivir a la naturaleza.
Me di cuenta de que estaba aún “peor de lo mío” de lo que ya sospechaba, y sólo necesité un poco de quietud, silencio y una ausencia relativa de estímulos externos para ver la magnitud del ruido que acarreaba en mi interior.
Me había llevado el ruido conmigo, de la ciudad al campo.
Este fue un descubrimiento que me generó bastante angustia, no te voy a engañar, porque me hizo dudar sobre si sería capaz de vivir tranquila algún día, en alguna parte.
(Spoiler: sí, pero tardaría bastante tiempo en conseguirlo).
Gracias a que, en aquel momento, ya llevaba varios meses practicando la meditación zen, mis ensordecedores procesos mentales se me hicieron evidentes enseguida. El choque contra lo ruidoso de mi realidad interna fue rápido e inesperado, similar al que reportarían muchas de las personas a las que, más adelante, ayudaría a enfrentar sus realidades interiores1 a través de la meditación y otras prácticas de interiorización.
Tenía mucho trabajo interno por hacer, y marcharme a un entorno silencioso fue sólo el comienzo de un largo y escabroso camino de sanación y reconexión con la paz interior que todos llevamos dentro, en potencia.
A lo largo de este proceso, el silencio externo hizo siempre de fondo contra el que mis ruidos internos resaltaban claramente, como tachones de pintura negra sobre un lienzo blanco.
Porque, cuando todo cuanto suena afuera es el suave susurro, a ratos imperceptible, de la brisa meciendo las copas de los árboles, no hay cómo desoír el barullo que satura la mente.
En ausencia de distracciones externas, no hay dónde esconderse de uno/a mismo/a.
De todas formas, yo tampoco quería evadirme de mí misma: el silencio era (y sigue siendo a día de hoy) escogido. No es que viviendo en el campo no tenga maneras de tapar el silencio, es que elijo no hacerlo.
Principalmente, porque el silencio es un alivio y un descanso para mi alta sensibilidad que, como te decía antes, es auditiva en primer lugar. Cualquier sonido fuerte, inesperado o persistente a mi alrededor es un estresor sensorial que mi cuerpo debe esforzarse en soportar, y la verdad es que no elijo ya soportar más cosas que las realmente imprescindibles.
Porque algo que tendemos a hacer demasiado a menudo las personas neptunianas2 es aguantar más de la cuenta, no respetar nuestros propios límites.
Por otro lado, la ausencia de ruido externo es una aliada perfecta (y diría que una condición indispensable) para enfrentar de cara los distintos ruidos internos que nos pueblan, ya sean estos grandes o pequeños, antiguos o nuevos.
Si estuviese siempre tapando el silencio que me envuelve, y que propicia mi conexión conmigo misma y con el momento presente, con música, podcasts, conversaciones “de relleno” (si es que supiese cómo se hace eso), scroll infinito, o con cualquier otra distracción, me sería mucho más difícil ser consciente a tiempo real de cómo brotan los pensamientos y emociones en mí.
Y, al no ser consciente de ellos, estaría a su merced. El ruido interno zarandearía mi foco y mis emociones sin yo darme cuenta siquiera, y sería su esclava. Pues todo aquello de lo que no somos conscientes en nosotros mismos, nos domina desde las sombras.
”Hasta que no hagas consciente lo inconsciente, dirigirá tu vida y lo llamarás destino.”
- Carl G. Jung
Desde que vivo en esta casa entre pinos, la llegada del verano marca para mí una pequeña pérdida transitoria: la pérdida del profundo sentimiento de calma interna en el que vivimos mi cuerpo y yo el resto del año, con el telón de fondo del silencio.
El momento en que empieza a chirriar la primera chicharra pionera en junio (este año fue bien entrado julio), asumo que empieza la temporada más compleja de sostener para mi sistema nervioso; el “canto” de las chicharras ahoga el silencio, y da inicio a unos meses de una leve tensión sostenida. Una tensión que es tanto física, pues mi cuerpo se tensa ligeramente debido a la presión sensorial del ruido, como psicológica, pues el ruido externo me dificulta el mantenerme consciente de mis procesos mentales, y gestionarlos.
Sólo por las noches, cuando las chicharras se quedan en silencio, mi cuerpo se relaja completamente: a menudo me encuentro a mí misma suspirando cuando se calla la última chicharra en la tarde. Y mi mente se calma entonces con mayor facilidad.
Y que conste que sé que las chicharras no hacen más que su trabajo como miembros productivos de este ecosistema que habito (usando un poco de jerga capitalista).
No es que las odie, entiéndeme. Pobres bichos. Es sólo que, cada verano, reducen mi calidad de vida durante un par de meses sin que pueda hacer nada por remediarlo, y me recuerdan una de las principales limitaciones que me impone la alta sensibilidad: la necesidad de vivir en un entorno sensorial apacible, y de mantener una higiene bastante seria en cuanto a los estímulos a los que me expongo.
¿Te has parado alguna vez a observar cómo el ruido exterior al que te expones y que te envuelve influye en la presencia de ruido en tu interior?
Piensa en el ruido en sentido amplio:
El ruido externo puede ser ruido normal (un sonido estridente, disonante o desagradable que impacta en tus tímpanos), pero también la información a la que te expones, las conversaciones en las que participas, o cualquier contenido audiovisual que consumes pueden ser formas de “ruido” externo.
Y, si entendemos el ruido interno en sentido amplio, ejemplos de ello son los pensamientos repetitivos, los miedos obsesivos, la cháchara mental inservible, o incluso las emociones y sensaciones físicas que nos resultan incómodas, persistentes o disruptivas.
Todo ello es ruido interno, que nos agita por dentro e impide que logremos percibir la paz que somos en esencia.
👉 ¿En qué medida te afecta el ruido externo?
👉 ¿De qué manera afecta a tu cantidad de ruido interno?
Decía hace un tiempo
“Estos años atrás he afirmado repetidamente que la paz mental lo vale todo; que necesita ser protegida y priorizada, y que cualquier situación, relación o compromiso que la ponga en riesgo tiene un costo demasiado alto y requiere de volver a definirse.”
Habiendo luchado contra la ansiedad y los pensamientos tormentosos durante casi toda mi vida hasta bien entrada en la treintena, no podría estar más de acuerdo con Zorah. Su colocación de la paz mental entre los puestos más altos de su lista de prioridades resuena profundamente con la mía.
Y su texto, junto con varias conversaciones en las que he participado o que he leído últimamente en el entorno de Substack, me dieron la idea de escribir sobre el ruido y el silencio, pero en sentido amplio.
Siento que hay muchas personas que están más que saturadas y hartas de verse expuestas a tanto ruido en lo cotidiano, pero tal vez no todas se dan cuenta de que el ruido interno puede ser tan estresante como el externo, o incluso más. Y de que ambas formas de ruido están íntimamente relacionadas.
Tengo la teoría, y en esto tal vez tú me quieras dar tu opinión, de que las personas que le tienen aversión al silencio es porque su ruido interno les resulta abrumador.
El silencio, entendiéndolo también en un sentido amplio, como ausencia de estímulos externos, las confronta contra algo que perciben como extremadamente incómodo en su interior, y que no saben cómo manejar.
Tal vez, al hacerse el silencio a su alrededor, perciben claramente el ruido de su interior, y se ven abrumadas por él.
Y lo podría entender. Sé lo que es tener miedo a algo que llevas dentro.
Pero, sinceramente, creo que el silencio es una condición indispensable (para todo el mundo, altamente sensible o no) para poder reflexionar en profundidad, conectar con nosotros mismos/as de verdad, y poder atravesar capa a capa el camino que nos lleva desde lo más externo de nosotros hasta el núcleo de nuestra identidad.
Es ahí, al fondo (al fondo a la derecha 😄), donde está la Paz inamovible que es nuestra esencia inquebrantable y eterna.
La de todos, también la tuya, y la mía.
…Pero no interesa que nos conectemos con nosotros/as mismos/as, que nos detengamos a reflexionar demasiado sobre nuestras vidas, que nos conozcamos, que sanemos. No conviene que estemos en Paz.
Conviene mantenernos distraídos, dispersos, estresados, y agotados… hasta el final. Como chicharras cantando a todo lo que dan sus fuerzas, hasta caer rendidas y morir.
…Y lo dejo aquí por hoy…
Muchísimas gracias por tu atención y tu tiempo, y por acompañarme reflexionando hasta aquí.
Si te apetece compartir tu parecer sobre este tema que hoy te traigo, me encantará leerte. 😊 Puedes escribirme en privado respondiendo a este e-mail (si me lees en tu buzón de correo), o en público, en la sección de comentarios de aquí abajo.
En cualquier caso te leeré con gusto.
Nos leemos en 2 semanas, como siempre en sábado.
Que estés muy bien hasta entonces, con muchos momentos de silencio disfrutado.
Besos,
Clara. 🌾
Disclaimer importante: todo lo aquí expresado es tan solo una opinión personal, inevitablemente sesgada y limitada por mis experiencias vitales, mi personalidad, y la información de la que dispongo hasta este momento. Te ruego que no tomes nada de lo que digo en mis publicaciones como un consejo profesional de ningún tipo, pues no lo es, ni puede serlo.
Si quieres saber a qué me refiero con lo de que más adelante ayudaría a la gente a enfrentar sus realidades interiores, aquí te cuento un poco sobre mi trayectoria profesional en la última década.
Si aún no la has leído, en esta carta te explico qué es una persona neptuniana.
Gracias por tu texto, Clara. Me hizo sentir comprendida y acompañada. Aunque descubrí mi condición de PAS hace muchos años, hay cosas que aún me resultan novedosas. Por ejemplo, que haya más gente así. Siempre me he sentido muy sola en esto. Por eso me encanta haber descubierto tu publicación. Vine a este texto para ver qué decías sobre el silencio porque es algo que yo necesito cada vez más, muchas veces con desesperación. Mal que bien, el ruido interno he aprendido a manejarlo (no es que siempre me salga bárbaro, claro, pero he ido descubriendo mis recursos) pero el ruido externo me está resultando cada día más intolerable. Me refiero en primer lugar al ruido literal, al ruido urbano: tráfico, alarmas, etc. Llevo una vida nómade y en general busco sitios rodeados de naturaleza, pero no siempre es el caso. Tengo mi base en Biella, una ciudad del norte italiano, donde tengo mi casa y donde paso algunos meses del año. Mi barrio se ha vuelto muy ruidoso y hay días en que me desespera. Vengo pensando cada vez más seriamente que debería vivir en medio de la montaña, o en un bosque o algo así, más aislada. En cuanto a otro tipo de ruido, son extremadamente sensible a los estímulos online. Los limito cuanto puedo pero no es fácil. Como te decía, llevo una vida nómade, así que trabajo y estudio en forma online (y ahora también escribo) así que a veces paso demasiado tiempo conectada. Siempre me pregunto cómo hacen los demás para tolerar las redes, la comunicación por What's App, la lógica de "consumo de contenidos" actual, etc. Luego recuerdo que probablemente los "demás" no son PAS, como yo, así que tienen filtros protectores más gruesos y probablemente no lo sufran tanto (o no acusan recibo de que lo sienten, no sé cómo es). En todo caso, seguiré leyéndote para sentirme acompañada.
¡Por la santísima Trinidad! Cómo he podido yo perderme esta carta... Aynsss. 😅
Todo lo que cuentas en esta carta, Clara, me parece profundamente acertado y necesario. El ruido, tanto externo como interno, es uno de los grandes males de nuestro tiempo. Vivimos rodeados de estímulos constantes: notificaciones, conversaciones superficiales, expectativas ajenas, redes sociales, información sin filtrar… y todo esto crea una especie de «zumbido» en el que es difícil discernir qué pensamientos nos pertenecen realmente y cuáles son solo eco de ese caos. Ya, ya lo sé, para algunos esto sonará muy loco, pero ahora que veo las cosas desde otro prisma (el prisma del PAS), es algo que me sucedía a menudo al mudarme a vivir solo.
El ruido interno es, sin duda, el más peligroso. Porque no se apaga con auriculares de cancelación de ruido ni con un retiro en la naturaleza. Al menos no se apagaba para mí. Está ahí, dentro, y muchas veces lo arrastramos durante años sin darnos cuenta. Y tu teoría me parece muy válida: hay quienes huyen del silencio porque, en su ausencia de distracciones, se encuentran cara a cara con ese ruido interno que llevan evitando toda la vida.
El silencio es incómodo cuando dentro hay un torbellino. Es como cerrar una puerta en una habitación llena de grillos (o chicharras 🤣): de repente, el sonido que antes se perdía en el bullicio, en el silencio se hace ensordecedor. Pero, paradójicamente, bajo mi forma de ver las cosas, es precisamente en el silencio donde podemos ordenar ese caos, enfrentar esos miedos (matar a ese bicho) y, como bien dices, atravesar capa a capa hasta llegar al núcleo de quienes somos.
La paz interior, esa que está «al fondo a la derecha» 😄, no es algo que se consiga a base de evitar el ruido, sino de aprender a escucharlo sin que nos devore. No se trata de hacer que desaparezca de golpe, sino de comprenderlo, darle su espacio, pero sin dejar que nos controle. La meditación, la escritura, la contemplación… son formas de abrazar ese silencio en lugar de huir de él. ¡Qué te voy a contar a ti que tú no sepas! 😅
Creo que el reto no es solo buscar el silencio, sino aprender a habitarlo sin miedo. Igual que debemos aprender a habitar el tiempo. Porque ahí, en el fondo, nos espera algo mucho más profundo que el ruido: la verdadera conexión con nosotros mismos.
Gracias por estar, Clara. ❤️
Un silencioso abrazo. 🤗
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