Juntos es mejor: sobre el pedir ayuda (y abrirse a recibirla)
Las luces y sombras del hiper-individualismo
🏷️: Autoconocimiento
“Cartas desde Neptuno” es una correspondencia íntima entre personas altamente sensibles buscando nuestra forma de encajar en este mundo, a nuestra peculiar manera.
En estas cartas te comparto herramientas y reflexiones que he recopilado en mi búsqueda de realización personal y espiritual, con la esperanza de facilitarte tu camino. Porque, caminando juntos, llegaremos más lejos.
Gracias por leerme,
- Clara. 🌾
Hola, bonico/a. ¿Qué tal te han ido estas últimas dos semanas?
Yo hoy vengo a contarte algo bastante íntimo y personal. Es un tema en el que estoy trabajando mucho estos días a nivel interno, y que me supone una gran dificultad.
Lo traigo aquí y lo pongo sobre la mesa, a la vista de quien me quiera leer, porque me viene muy bien para empujarme a hacer algo que llevo tiempo postergando; y también porque es posible que tú te veas reflejado/a en mis palabras, y que eso te ayude en tu camino de autodescubrimiento y evolución interior.
Te hablo del tema de pedir y recibir ayuda.
¿Tú qué tal lo llevas? ¿Te cuesta pedir ayuda, o recibirla?
A mí me cuesta UNA BARBARIDAD, no te haces una idea. Sobre todo pedirla, sea del tipo que sea.
¿A ti qué tipo de ayuda es el que más te cuesta pedir?
La autonomía, llevada al extremo
Siempre he sido de naturaleza independiente, autónoma, y con un gran sentido de la responsabilidad personal; pero, debido a varios factores que ahora te explicaré brevemente, durante toda mi vida (hasta hace bien poco) he llevado esas cualidades a su extremo más insano y perjudicial (para mí misma): nunca, y digo nunca, he pedido ayuda para algo que creía que yo misma podía hacer, o que consideraba que era mi responsabilidad hacer; incluso aunque hacerlo sola implicase una gran inversión de tiempo, dinero, o esfuerzo en ensayos, errores, investigaciones y aprendizajes “a las malas”, hasta hallar el modo de lograr por mi cuenta lo que necesitaba o quería.
Tiendo a solo pedir ayuda cuando mi nivel de sufrimiento es desorbitado, rozando lo inhumano, y ya llevo mucho tiempo en un punto muerto en el que no logro avanzar. O cuando mi vida ya corre peligro, literalmente. Aguanto, y aguanto, postergando el momento de pedir asistencia, con la esperanza de lograr solucionar yo sola el problema en algún momento, o de conseguir lo que necesito. Todo para eludir a toda costa el acto de pedir ayuda de cualquier tipo.
El resultado es que, para cuando yo pido cualquier clase de ayuda, suelo llevar ya AÑOS luchando a solas con un problema.
Sí, ya. No suena a actitud muy saludable, ¿verdad?
No lo es.
Esta neurosis mía por la autonomía me ha convertido en una persona hiper-mega-super-ultra independiente, con una gran confianza en mis capacidades, y con muchos recursos internos acumulados a lo largo de las experiencias… pero a un altísimo coste de salud y tiempo.
Por no hablar de la cantidad de oportunidades que habré perdido por no pedir nunca ayuda… (de esto me estoy dando cuenta recientemente).
Las causas de esta dificultad
En fin, vamos con las causas de todo esto, que es donde tal vez tú podrías resonar más:
1) En primer lugar, está en mi naturaleza ser independiente y responsable de mí misma. Lo sé porque está señalado con marcadores fluorescentes y luces de neón en mi carta astral, y porque mi madre solía decir que siempre fui así, desde bebé: autocontenida, autónoma, y que siempre “iba a la mía”.
2) Por otro lado, no debo obviar que vivimos en una sociedad que incentiva cada vez con más fuerza el individualismo, desincentiva la colaboración, y estigmatiza sutilmente la interdependencia.
Siento que cada vez se fuerza más el discurso del hombre o la mujer hechos a sí mismos, tachando la necesidad de contar con los demás como una especie de debilidad en el carácter. ¿No te parece?
3) Además, está el hecho de que tengo una gran energía neptuniana. Las personas neptunianas (altamente sensibles, empáticas e idealistas) solemos situarnos con gran facilidad en la polaridad de dadoras de ayuda, pues nos resulta fácil conectar con las necesidades y sentimientos de las otras personas. Cuando sientes como tuyo el dolor de otra persona o ser vivo, querer ayudar es un movimiento natural y casi inevitable.
Esto no es malo en sí mismo, pero, cuando eres así, es bastante fácil acabar confundiendo tu actitud ayudadora con una parte de tu identidad, y depositar tu autoestima en ser quien ayuda.
Casi todas las personas neptunianas caemos, en algún momento de nuestras vidas, en el error de identificarnos con el rol de ayudadoras, derivando de ello una parte importante de nuestra autoimagen y autoconcepto. Nos identificamos con el personaje que está siempre para ayudar a otros, y caemos en la trampa del ego ayudador o salvador.
☝️ De esto hablaré más y mejor en otra ocasión, porque es una sombra muy común en la personalidad neptuniana, y creo que merece la pena entrar ahí a meter un poco de luz.
El caso es que yo viví durante mucho tiempo así, identificada con un personaje ayudador, que estaba siempre y en todos los casos dispuesto a dar ayuda. A darla, no a recibirla, ojo. Recibirla se sentía, en parte, como algo impropio o inadecuado para mi personaje ayudador. Y esto contribuía a mi negativa (terca) a pedir ayuda.
4) Y por último (pero no por ello menos importante), está cómo fue mi infancia, mi crianza. Siempre trato de pasar de puntillas por este tema, para no dejarte un mal sabor de boca con relatos de terror. Pero algo tengo que contar, para que puedas entenderme y (tal vez) resonar en algunas cosas.
En varias ocasiones te he mencionado que mi infancia no fue la más agradable. Ya sé que en todas las casas cuecen habas, como suele decirse en España, pero en mi casa se cocían unas habas un poco más grandes y apestosas de lo común.
Mis tres principales figuras parentales —es decir, mi madre, mi padre, y después mi padrastro—, eran y son personas con profundos problemas internos sin resolver y, en mi casa, eran habituales las violencias de distintos tipos, el abandono emocional, y los abusos de poder.
El ambiente en casa era siempre tenso, como si hubiera una pequeña bomba a punto de estallar en cada rincón, y mi estrategia de supervivencia durante toda mi infancia y adolescencia fue hacerme invisible. Desaparecer de la vista de mis padres, des-existir.
Si no llamaba la atención, si no ocupaba espacio visual, si no hacía ruido, ni molestaba, ni pedía nunca nada, tenía más probabilidades de librarme de los gritos, los golpes, los insultos, y los reproches.
Desde muy pequeña asumí que no había adultos emocionalmente disponibles para atender mis necesidades, y que si las expresaba, era bastante probable recibir como respuesta cosas desagradables (reproches, críticas, chantajes, gritos, o humillaciones).
Es decir, crecí en un entorno en el que no era seguro pedir ayuda, y en el que ésta tampoco estaba asegurada aunque la pidiese. Por eso, en mi mente inconsciente se estableció una asociación muy fuerte: pedir ayuda = peligro.
Y bueno… hasta aquí el breve pero necesario relato de terror.
Respiremos… (incluida yo).
🌾 🌾 🌾 🌾 🌾
El miedo que se reconfirma una y otra vez
De las cosas más j*didas (y j*didamente mágicas) que tienen los traumas infantiles es que tienen la mala costumbre de repetirse después en la vida adulta, en forma de situaciones que nos hacen revivir y reabrir la herida primigenia.
En principio, esta tendencia a repetir patrones contiene la posibilidad y la propuesta de poner luz, amor y consciencia en las mismas emociones que en su día nos generaron el trauma inicial, pero claro, esto no es nada fácil; revivir experiencias que te re-traumatizan una herida que ya estaba abierta requiere mucha presencia y amor, para atravesarlas y poder aprovechar su potencial sanador… y no siempre es posible lograrlo a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera.
Y esto es lo que me pasó en muchas ocasiones, respecto a mi herida de no pedir nunca ayuda. Ya siendo una adulta, en las escasas veces que solicitaba cualquier clase de ayuda, a menudo las cosas no salían bien:
O bien no había nadie capacitado o dispuesto a ayudarme, con lo cual me quedaba con mi necesidad sin suplir, y además sintiéndome desamparada,
o quien recibía mi petición de ayuda lo utilizaba para hacerme sentir humillada o “de menos”,
o quien me daba la ayuda, después lo utilizaba para chantajearme o manipularme,
o bien, la persona que escuchaba mi petición de ayuda se sentía tan mal por mí, tan abrumado/a por mi problemática, que yo acababa teniendo que consolarla a ella. (🙄)
Así que mi creencia limitante de que “pedir ayuda es peligroso” no hacía más que confirmarse, y reconfirmarse, en cada intento. Es lo que ocurre con las experiencias re-traumatizantes: que si no vamos con mucho cuidado respecto a qué conclusiones sacamos de ellas, acabamos interpretando que la Vida nos está demostrando una vez más que nuestras creencias negativas eran ciertas.
Es el efecto “¿Ves? Ya lo sabía yo…”.
Pero no. No es que pedir ayuda sea peligroso per sé, es que yo no sabía cuidar de mi herida a la hora de pedir ayuda. Porque hay que saber a quién sí y a quién no, cuándo sí y cuándo no, cómo sí y cómo no pedirla.
Y yo no sabía nada de todo esto, claro.
Tampoco es que ahora sepa mucho más, pero sí que sé cómo no, cuándo no, y a quién no es adecuado pedir ayuda. Que ya es algo. 😅
En resumen
¿Y tú, qué me dices? ¿Te genera alguna dificultad o resistencia el pedir y recibir ayuda?
Si tu respuesta es que sí, mira a ver si la causa está entre alguna (o varias) de éstas:
1️⃣ Eres una persona naturalmente muy independiente y responsable de ti misma.
2️⃣ Te ha calado demasiado hondo el discurso neoliberal de la hiper-independencia personal.
3️⃣ Te has identificado con el “personaje ayudador” neptuniano, y te cuesta salirte de él.
4️⃣ En el fondo, sientes que no mereces ayuda (ésta es una creencia que tienen algunas personas, aunque no es mi caso).
5️⃣ Viviste malas experiencias en cuanto a pedir y recibir ayuda, y por ello:
Te da miedo que, si pides ayuda, no habrá nadie que pueda o quiera ayudarte, y que eso te hará sentir aún peor que si no hubieras pedido ayuda (desamparado/a, sólo/a).
Temes que, si admites necesitar ayuda, te criticarán o se burlarán de ti.
Tienes miedo de que, si recibes ayuda, después ese hecho será utilizado en tu contra de alguna manera, para manipularte o chantajearte.
Temes que, si pides ayuda, harás sentir mal a la otra persona y tendrás que consolarla.
¿Te resuena alguna de estas razones para tener miedo a pedir ayuda?
Ahora vendría la parte en la que te comparto algún aprendizaje personal en el que apoyarte para superar las dificultades a la hora de pedir y recibir ayuda, pero lo cierto es que yo misma estoy en medio de ese proceso de aprendizaje ahora mismo. Estoy dando mis primeros pasos en el arte de abrirse a pedir y recibir ayuda, empezando por mis amigos más cercanos y mi pareja, y con pequeñas cositas.
De momento no tengo bonitas conclusiones que compartir contigo, sólo mis puras incapacidades. 😅🤷♀️
Pero lo que sí puedo compartir contigo es una anécdota personal relacionada con este tema, una que me vino a la memoria hace un par de días, y que creo que contiene una clave importante, o tal vez sea LA clave, de cómo abrirse a recibir ayuda.
Es algo que me pasó hace mucho tiempo, pero que se me quedó grabado en la mente, pues ya en aquél momento me di cuenta de que la Vida estaba señalando claramente a mi herida del pedir y recibir ayuda.
Story-time!
Creo que fue en Barcelona, pero no estoy segura. Sólo sé que pasó hace muchos años. Más de doce.
Ese día, yo caminaba especialmente despreocupada por la calle, no recuerdo bien por qué. Creo que estaba de paso en la ciudad, y debía de llevar conmigo el aura tranquila de quien pasea sin prisa por un lugar que, una vez, fue hogar.
A poca distancia de mí, una mujer desconocida me hizo señas para llamar mi atención. Estaba de pie junto a la parte trasera de un coche mal aparcado, y con el maletero abierto. La mujer era rubia, de unos cuarenta y tantos. Se la veía en buena forma, y era claramente extranjera. Tal vez holandesa, o sueca.
Dentro del maletero había un bulto, no muy grande.
La señora me hacía señas de manera expresiva para que me acercase, y yo lo hice, porque soy de naturaleza bastante solícita, y porque la mujer tenía un rostro que transmitía simpatía.
Y también, porque debió de pillarme en aquel momento sin la gruesa capa de reserva y precaución con la que me suelo envolver cada vez que salgo a la calle.
El caso es que, por lo que fuera, aquella mujer me escogió a mí —de entre todas las personas que pasábamos por allí en ese momento— para pedirme ayuda.
Me acerqué hasta ella, aún sin saber muy bien qué quería. Con sus señas (y una gran sonrisa) me hizo entender que quería ayuda para sacar el bulto del maletero del coche. Sin pensármelo dos veces dije que sí con la cabeza, y ambas nos inclinamos sobre el contenido del maletero para cargar juntas con el peso. Era algo pequeño, creo que un mueble. Y no pesaría más de 10 kilos.
Recuerdo haber pensado, durante los breves segundos que tardamos en sacar el mueble y depositarlo con delicadeza en el suelo, que algo tan ligero podría haberlo sacado del maletero ella sola sin ayuda, y sin peligro de lesión ni sobreesfuerzo. Lo poco que pesaba el mueble me dejó levemente descolocada, confusa, porque no entendía que me hubiera pedido ayuda para semejante “chorrada”.
Pero, evidentemente, no dije nada.
Antes de que pudiera salir de mi desconcierto, la propia mujer respondió a mis dudas internas con una sonrisa en su amable cara:
“Juntos es mejor”, dijo. Y me miró fijamente.
”Juntos es mejor”, repitió una segunda vez, sin dejar de sonreír.
Yo debí de quedarme con cara de desconcierto existencial, con media sonrisa pegada en la cara, reflejo de la suya, y sin saber qué responder.
”Grrassias, grrassias” añadió, gesticulando con énfasis. Yo respondí con mi típico gesto oriental de reverencia, inclinando levemente la cabeza hacia delante, un gesto automático que me aflora de alguna vida pasada (o paralela, vete tú a saber…) cada vez que tengo que dar las gracias o aceptarlas.
Me marché, con la absoluta certeza de que aquel breve y curioso intercambio había significado algo. En aquella época, ya me conocía lo suficiente como para saber de mis dificultades para pedir ayuda y mi neurosis personal con la autosuficiencia y la independencia.
Que una desconocida con energía y actitud de hada norteña me parase en mitad de la calle para darme una lección de humildad y humanidad, no me pasó desapercibido.
El posible significado del encuentro se me quedó dando vueltas por la cabeza varios días. Tanto, que doce años después aún lo recuerdo.
Y doce años después, aún me cuesta pedir ayuda. A pesar de que sé, en teoría, que “Juntos es mejor”.
Pero ahora, revisando aquella anécdota en busca de la perla de aprendizaje que había oculta en ella para mí, creo que la clave reside en la alegría —genuina— con la que aquella señora me pidió la ayuda. Fue casi… casi como si estuviese usando su necesidad de ayuda (en la opinión de mi ego, una necesidad bastante cuestionable) como una excusa para conectar con otro ser humano. Porque así es como se sintió aquella interacción: humana, cercana, y agradable.
Eso es. A aquella mujer no le costaba nada pedir ayuda, porque le gustaba hacerlo. Lo disfrutaba. Para ella, probablemente, era una forma más de conectar con otras personas.
Estoy ahora, doce años después, justo mientras te escribo estas palabras, terminando de destilar el aprendizaje de aquella situación. Y lo voy a poner bonito, para ti, y para mí:
En cada petición de ayuda se abre la posibilidad a una conexión humana profunda, de corazón a corazón.
Y si algo valoro en mi vida es la profundidad en mis relaciones e interacciones…
Así que… <suspiro> ahí tengo una razón más para continuar abriéndome a pedir y recibir ayuda. 😌
Mis últimos avances [LIVE-EN DIRECTO]
En el último año he ido haciendo algunas incursiones en el arte de pedir ayuda, con bastantes buenos resultados. Han sido pequeñas peticiones, siempre a personas que sé que son muy bonicas (mi pareja, mis amigos más íntimos, mi médico de cabecera —que Dios bendiga a ese señor—), y he podido vivir experiencias positivas que creo que me están ayudando a sanar la herida del pedir y recibir ayuda. Aunque aún está lejos de cerrarse, pero bueno, poco a poco.
Y hablando de pequeños pasitos fuera de mi zona de confort… he decidido aprovechar el tema de hoy para “forzarme” un poco a hacer algo que llevo tiempo posponiendo, por las razones que ya te he contado.
Voy a animarme a poner en mis cartas un botón de esos de “Invítame a un café”, para aceptar mini-donaciones puntuales. La verdad es que, ahora mismo, cualquier apoyo en lo económico me viene muy bien, por pequeño que sea. Y creo que ésta es una forma liviana y simpática de abrir una vía de entrada a quienes quieran expresarme su cariño o su agradecimiento de forma económica, pero de manera totalmente libre y voluntaria, sin presiones ni compromisos.
Le estuve dando vueltas a la posibilidad de activar las suscripciones de pago en Substack, pero la verdad es que no lo veo claro. O no todavía, pues en estos momentos no soy capaz de escribir o aportar más, ni más a menudo, de lo que lo hago.
Y lo que no voy a hacer es activar el “muro de pago”, pues desde el principio decidí que las Cartas desde Neptuno iban a ser siempre gratuitas. Y así van a seguir.
Si me pongo a soñar un poco a lo neptuniano, me gustaría que esta pequeña tribu creciera aún más, y en un futuro poder ofreceros la posibilidad de reunirnos entre nosotros/as en encuentros virtuales “a puerta cerrada”, una o dos veces al mes, para hablar de nuestras cosas.
Ahí sí tendría, tal vez, más sentido una suscripción de pago. ¿No crees?
Pero de momento, siento que, para abrirme simbólicamente a recibir apoyo, el botoncito del “Invítame a un café” es más que suficiente, y adecuado.
…O mejor a un té, que el café me da taquicardia… 😅
Un té rojo de vainilla, con un chorrito de leche de arroz. Mi favorito. 😊
En fin. Deseo que esta carta te haya gustado. O que te haya ayudado a entender algo de ti mismo/a, o de alguien a quien ames, en el tema de pedir y recibir ayuda.
Como siempre, te doy las gracias por el tiempo que inviertes en leer mis cartas.
¡Mil gracias! 🙏🙏
Si te apetece expresar algún pensamiento o sentimiento que te haya surgido a raíz de leerme, puedes dejar un comentario más abajo. 👇 Ya sabes que yo siempre leo con cariño y contesto a todos vuestros mensajes. Y además los agradezco, pues a veces se generan conversaciones muy enriquecedoras a dos, tres o cuatro bandas. Ahí es cuando se nota que esto empieza a ser una pequeña tribu.
Que es lo que yo pretendía desde el inicio, en verdad… 😊
¡Por cierto! Antes de despedirme, decirte que ya me han empezado a llegar las primeras preguntas para la nueva sección de Cartas desde Neptuno, “Pregúntame 📨”. La próxima carta será en respuesta a una de esas consultas que he recibido.
Recuerda que siempre puedes mandarme cualquier duda que te surja en torno a ser una persona altamente sensible, empática e idealista (neptuniana), y que yo te responderé de manera que pueda ayudarte a ti, y a otras personas que leen esta newsletter.
Pero siempre respetando tu anonimato, claro.
Si hay algún tema en el que crees que yo podría ayudarte, mándame tu pregunta, bien por mensaje privado en Substack, o bien por email, a: clarasiem@protonmail .com.
Bueno, bonico, bonica.1 Ahora sí, ya te dejo.
Nos leemos dentro de 2 semanas, como siempre, en sábado. Espero que estés muy bien hasta entonces.
¡Te mando un abrazo!
- Clara. 🌾
PD: Aquí te pongo una ristra de botones (😄) con todas las distintas formas que tienes de apoyarme, si lo deseas:
♥︎ Si quieres mandarme una pregunta para la nueva sección “Pregúntame 📨”:
♥︎ Si crees que esta Carta desde Neptuno puede ayudar a otra persona, compártesela:
♥︎ Si quieres recibir más cartas como ésta:
♥︎ Si quieres invitarme a un té rojo de vainilla:
Bonico/bonica es un localismo que se usa en ciertas partes de España para referirse de forma cariñosa a alguien que es dulce o amable. Y es como suelo llamar a mi gente. 🥰
Esta carta de hoy a sido como mirarme en un espejo. Por vivencias, por sentimientos y sobretodo porque soy de esas que no saben pedir ayuda. El hecho de que alguien me la pida me hace sentirme válida, útil y necesaria, sea para lo que sea.
En mi vida soy de esas que va con el radar puesto por si alguien me necesita y desconectado si esa persona soy yo.
Gracias por esta carta tan personal y tan valiente. Has calado muy hondo con este escrito.
Un abrazo y aquí te dejo ese té rojo con vainilla y un chorrito de leche de arroz que tanto te gusta
…que por cierto nunca he probado y suena delicioso 😋 😉🤗
Muchas gracias por compartir cosas tan dolientes. Alguna me resuena, y si, lo de pedir ayuda, regulinchi…
En mi caso adicional, con la presión del “los hombres no lloran” (la perspectiva de género juega en nuestra contra en algunos asuntos, pero ese es un melón pelicoroso).
Gracias como siempre ✨🙏