🏷️: Autoconocimiento, Crítica social
¡Hola! ¿cómo estás?
Espero que estas líneas te encuentren muy bien, con buena salud, y con fortaleza interna.
Y si no es así, espero que pronto se te despejen las incertidumbres y las dificultades.
Esta carta de hoy es la continuación de la anterior, en la que te explicaba el aspecto que, a mi entender, toma una buena relación con nuestra emocionalidad. Si no la leíste, te ruego que lo hagas antes de continuar con esta entrega. 🙏
Hoy continuaré con la 2ª parte de esta serie de 3 cartas, centradas en el tema de nuestra relación con las emociones difíciles o incómodas.
En la carta de hoy, te hablaré de:
Una parte de mi historia personal, y por qué tuve una malísima relación con mis emociones hasta bien entrada en la treintena.
La que creo que es una de las dos causas principales de que, en general, tengamos una mala relación con las emociones en la mayor parte de países occidentales u occidentalizados.
Algunos ejemplos (propios y ajenos) de una mala relación con la emocionalidad.
Por qué pienso que no existen las emociones negativas.
Cómo gestiono mis emociones con una escoba 🧹 (y no, no es como las brujas… 😄)
Trigger alert: te aviso de que la carta de hoy viene un poco intensa, sobre todo en la primera parte. Voy a tocar por encima algunos temas complejos, como los traumas transgeneracionales, las adicciones, y otros similares. Así que, si no es un buen momento para ti para leer sobre cosas así, mejor deja esta carta en “pendientes”, para leerla otro día.
Vamos allá.
Negar las emociones: un problema cultural
Dime una cosa: ¿a ti se inculcó de pequeño o pequeña el mensaje, ya fuera de forma implícita o explícita, de que todos tus sentimientos y estados emocionales eran válidos, naturales, y dignos de atención y respeto?
¿Interiorizaste la idea de que era normal y estaba bien sentir y expresar tu rabia, tu miedo, tu tristeza, tu frustración, tus deseos o tu amor?
¿Creciste sabiendo que tenías derecho a sentir todas tus emociones, fueran éstas las que fueran, sin excepción?
Porque yo no.
Y sé que la muy deficiente educación emocional que recibí en la infancia no es algo exclusivamente mío. Es algo cultural, y en gran medida generacional. Aunque tal vez mi caso es excepcionalmente difícil, no lo sé. Júzgalo tú mismo/a.
Nací y crecí en la España de los años 80.
Más concretamente, en el País Vasco de los 80, tierra de hombres y mujeres rudos y rudas donde las haya.
Allí, en aquella época, las emociones se manejaban de una forma muy simple: reprimiéndolas. Apretando los puños y las mandíbulas, y callando.
Y comiendo mucha más comida y bebiendo más alcohol de lo necesario.
No me preguntes si en mi tierra se siguen gestionando las emociones de la misma manera hoy en día, pues no te lo puedo decir con seguridad: no vivo allí desde los 11 años. Pero me da la sensación de que sí.
(Si tú lo sabes porque vives en Euskadi, cuéntamelo en los comentarios, o respondiendo a este e-mail, por favor).
Para mayor complejidad, nací en una familia desestructurada, en la que los deseos y necesidades de mis padres estaban siempre por encima de las necesidades de mi hermana pequeña y mías.
Te hablo, sin entrar a contarte demasiado para no abrumarte, de una infancia de abusos de varios tipos, violencia física y psicológica, y negligencias parentales normalizadas.
Así que muy pronto aprendí que mis emociones y necesidades no eran bienvenidas, que eran una molestia. Interioricé el mensaje implícito de que mis expresiones de sentimientos no eran dignas de atención, y que lo que yo sintiese o necesitase no valía la pena ser expresado.
O, peor aún, que mis emociones eran una ofensa para los demás.
Y así crecí. Apretando las mandíbulas, tragándome todas mis emociones, y callando.
En gran medida, este salto mío al ruedo de la escritura para hablar de emociones y temas difíciles en público es un acto de auto-sanación y justicia compensatoria para mi niña interior. (Gracias por leerme, por cierto. 🥰).
Pero seguimos, que esto no va tanto de mí. Pretendo que te sirva a ti.
Sé que no todo el mundo recibió una educación emocional tan deficiente como la mía pero, aun así, veo que la inteligencia emocional brilla bastante por su ausencia en las sociedades occidentales.
Vamos, creo que no soy sólo yo:
Veo a muchas personas intentando anestesiar la ansiedad, la tristeza, la rabia, etc., con un montón de “muletas” distintas: tabaco, alcohol, comida, drogas, videojuegos, compras…
Veo que el mensaje que más reciben las personas cuando están pasando un duelo es que se distraigan. Y, si ya han pasado 1 o 2 meses desde la pérdida, que lo superen ya.
Veo que mucha gente traslada su frustración vital y su insatisfacción interna hacia otras personas, en forma de críticas insidiosas o calumnias por la espalda.
Veo que muchas personas se apalancan en posturas rígidas e intolerantes cuando tienen miedo.
Y veo que una gran parte de la población se traga sus emociones más incómodas, y después las somatiza en forma de enfermedades físicas.
Yo veo todo esto y, por un lado, lo entiendo. Vamos que si lo entiendo… (aunque hay cosas que no son justificables).
Una civilización traumatizada, y sin sentimientos
(O, mejor dicho, que pretende no tenerlos).
Creo que las causas de esta mala gestión emocional generalizada son varias, y probablemente varíen un poco de país en país; pero tengo la impresión de que hay 2 causas principales:
El rechazo de las emociones difíciles como una parte natural de la vida, la falta general de educación emocional.
Los traumas colectivos sin sanar, repitiéndose a pequeña escala en el entorno familiar y local, generación tras generación.
Después entraré a hablar del primer punto (que ya toqué por encima en la carta anterior a ésta), pero voy a empezar por el segundo punto.
Casi todas las sociedades modernas actuales son hijas o nietas de la guerra (de distintas guerras recientes), de masacres, hambrunas o dictaduras. Todo ello acontecido en las últimas décadas. Si tomas cualquier país al azar y estudias su historia reciente, no tendrás que remontarte demasiado en el tiempo para encontrar que en él se vivió algún tipo de desgracia colectiva importante hace no tanto.
Y, desgraciadamente, en muchos países no es necesario remontarse ni un solo día al pasado para encontrarnos con tragedias a gran escala.
Veinte, cuarenta o sesenta años pueden parecer mucho tiempo, pero en términos de lo que se tarda en sanar un trauma colectivo, es como si todo ello hubiese tenido lugar anteayer.
Los acontecimientos traumáticos que afectan a todo un país o a una parte significativa de la población dejan una herida sangrante en la psique colectiva, que no se sana en una ni dos generaciones. (Y menos si se la ignora).
Esa herida social sin atender supura, generación tras generación, problemas de odio racial o clasista, pobreza, violencia intrafamiliar, drogadicción, alcoholismo, delincuencia, y una larga serie de problemáticas sociales que tienen origen, en gran medida (pero no únicamente, claro) en un mismo trauma sin sanar en todo un colectivo, un país, o incluso en un continente entero.
Es la tragedia silenciosa de toda una población con estrés post-traumático, pero sin hacer nada por sanarlo, tratando de esconderlo bajo la alfombra y de sepultar sus síntomas con fármacos y negación.
España creo que es un buen ejemplo de esto, pero sinceramente no conozco ningún país que no haya pasado por alguna clase de calamidad severa en su historia reciente.
Las personas que tenemos de 20 años de edad en adelante somos las depositarias directas de las distintas atrocidades colectivas que se vivieron hasta hace poco tiempo. Nosotros, nuestros predecesores y nuestros descendientes hacemos lo que podemos con las cacofonías de dramas que sucedieron hace ya un tiempo, pero que siguen vivos en forma de reacciones emocionales incomprensibles, compulsiones heredadas, odios irracionales, y obsesiones compensatorias cuyas causas desconocemos, pero sufrimos.
Los traumas de nuestros abuelos corren por nuestras venas, aquí y ahora.
Así que pienso que es normal que muchos suspendamos en inteligencia emocional en mayor o menor medida. Todos hemos sido educados por gente que sobrevivió a alguna tragedia inenarrable, pero que no pudo sanarse. O por sus hijos, que tampoco pudieron.
Por no hablar de lo que te comentaba en la anterior carta sobre lo poco que le interesa realmente al Sistema que maduremos a nivel de inteligencia emocional (ni a ningún nivel, en realidad).
Todo este prólogo es para decirte que, si hay emociones incómodas con las que no tienes una buena relación, que se te repiten muy a menudo, o que no sabes cómo gestionar porque te sobrepasan… que es normal.
Que, probablemente, todo ello tenga causas complejas que no son culpa tuya, y que, tal vez, ni siquiera conoces (porque se remontan muy atrás en la historia de tu familia o de tu lugar de origen).
No creciste (ni vives) en el vacío de una placa de Petri. Tú y tus circunstancias no te pertenecen a ti en exclusividad, sino que forman parte de algo mucho mayor que tú.
En nuestra sociedad se pretende aislar al individuo y hacerle creer que es el único responsable de su destino y de todos sus problemas y frustraciones, obviando el pequeño detalle de que forma parte de un tejido social que lo vio nacer, le dio forma, y le imprime una serie de presiones e influencias muy reales, cada día, a cada momento.
Al final, quienes no acarrean traumas sin sanar, fueron criados por personas con traumas sin sanar, con los aprendizajes “torcidos” y condicionamientos limitantes que ello conlleva.
Con lo cual, el problema del trauma colectivo nos salpica a todos.
Si, además, le sumamos a esto que muy poca gente sabe relacionarse con sus propias emociones difíciles de una manera sana y consciente, el resultado es que nada se sana, nada se atiende, y el trauma se repite y perpetúa… y el mundo sumido en el puñetero caos.
Y tú, amigo/a mío/a, formas parte de esta sopa humana. Es imposible que esto no te afecte y condicione, directa o indirectamente.
Y eso, tampoco es culpa tuya.
Pero debo concluir esta parte con un pequeño detalle esperanzador e importante: te quiero decir que todo se puede mejorar. Siempre se puede aprender, y siempre se puede sanar. Cada uno/a sólo puede hacerse cargo de su pequeña parcela, de su propio metro cuadrado del problema global con las emociones complejas.
Requiere tener muchas ganas y echarle mucha paciencia, claro, pero se puede hacer.
Yo doy fe de ello.
Gestión emocional, mal (empezando por mí).
Maneras de gestionar las emociones mal (o no tan bien), hay casi tantas como seres humanos: los cigarrillos, los videojuegos, la comida, el deporte, el sexo, el alcohol, el trabajo, el scrolling, las compras, los libros, los pasatiempos… absolutamente todo puede convertirse en un intento más o menos exitoso (y más o menos sano) de gestión emocional.
Cualquier cosa que en determinado momento te haya hecho sentir un poco menos mal cuando estabas sintiéndote mal, tiene el potencial de convertirse en una “muleta” emocional para ti, dependiendo de cómo seas y cómo “te pille”.
Además, también adquirimos esas muletas emocionales por imitación, porque vemos a otras personas utilizarlas para gestionar sus emociones, y aprendemos a usarlas nosotros.
De maneras no tan saludables de relacionarse con el mundo emocional te puedo hablar en primera persona, no te creas que esta parte de la carta es una especie de arenga pastoral para decirle a nadie lo mal que hace las cosas.
Yo creo que no aprendí a relacionarme de forma sana con mis emociones más o menos hasta los 32-33 años. Y de eso tan sólo hace 8 ó 9…
No nací sabiendo gestionar mis emociones, como no lo hace nadie, y además llegué a la edad adulta con muchos problemas emocionales, antiguos y profundos, sin abordar (por lo que ya te he mencionado de cómo fue mi infancia).
Y también con una alta sensibilidad que desconocía y que, por desconocerla, descuidaba.
[Nota]: ¡no lo hagas tú también! Si tú también eres altamente sensible, no descuides las exigencias que impone tu alta sensibilidad, por lo que más quieras.
Así que, hasta que empecé a hacer mi trabajo interior y a recopilar otras herramientas más sanas que las que había usado hasta ese momento, mi gestión emocional (mal) consistía en:
🙅♀️ Contraerme físicamente contra todas mis emociones incómodas, tratando de no sentirlas. Pero si aumentaban de intensidad hasta un nivel en que ya no podía seguir ignorándolas o reprimiéndolas, entonces explotaba, y a llorar.
Y encima sintiéndome mal por hacerlo.
🙅♀️ Evadiéndome demasiado de mi realidad mediante series, libros, música, videojuegos o soñar despierta. Esto solía hacerlo cuando sentía indecisión o incertidumbre sobre el futuro.
🙅♀️ “Rumiando” de manera circular y obsesiva sobre los conflictos interpersonales. En lugar de afrontar los conflictos de forma directa y expresar mis emociones de enfado o frustración, rumiaba y rumiaba sin parar sobre quién tenía la razón y quién no la tenía.
🙅♀️ Poniéndome a limpiar u ordenar toda la casa como una loca. Esto me pasaba y me sigue pasando cuando siento estrés, miedo o preocupación.
🙅♀️ Comiendo en exceso, sobre todo dulces y comida basura/chatarra. Esto lo hacía cuando las emociones eran de angustia, tristeza, soledad o incluso aburrimiento. Llegué a tener un problema bastante serio con eso, y tardé casi dos décadas en superarlo. <palmadita a mí misma en la espalda>
Éstas eran mis formas poco sanas de relacionarme con mis propias emociones incómodas hasta hace no tanto.
La de limpiar como los locos aún aparece por la puerta a veces, pero en seguida la veo y me hago consciente de lo que me está pasando.
Cuando me cazo a mí misma escoba en mano, barriendo el suelo a toda prisa, y ni siquiera recuerdo haber agarrado la escoba y haber empezado a barrer, sé que es momento de detenerme, soltar la puñetera escoba, y respirar.
Y ver qué me ocurre realmente. 😌
💡 ¿Y tú, eres consciente de cuáles son tus formas no tan óptimas de relacionarte con tus emociones más difíciles? ¿Qué haces cuando te sientes frustrado/a, triste, culpable, rechazado/a, asustado/a, estresado/a, etc, etc?
Aparte de las que yo misma tendía a usar, te pongo algunas otras formas que conozco de intentar gestionar las emociones incómodas (mal), que las personas neptunianas tendemos a utilizar más:
Usar drogas
Beber demasiado alcohol
Fumar
Volcarnos demasiado en los demás
Culpabilizar o quejarnos/lamentarnos todo el rato
Trabajar demasiado
Hacer demasiado ejercicio físico
Tener demasiado sexo
Llenar las 24 h del día de planes
Hacer compras innecesarias
Hablar sin parar
Cuando digo que todas estas son maneras de intentar gestionar las emociones difíciles “mal”, evidentemente no me refiero a que si las utilizas seas una mala persona o que estés haciendo algo malo.
Lo que quiero decir es que son formas de gestión emocional que no funcionan realmente.
Bien porque no terminan de ayudarte del todo a que te sientas mejor, o bien porque sí lo hacen, pero a un alto coste de salud, tiempo o dinero.
Por otra parte, la diferencia entre una “muleta” buena y otra mala es, a menudo, un tema de cantidad. De exceso.
Por eso sólo tú puedes saber si estás usándola demasiado por no saber gestionar una emoción, o si simplemente la usas porque te gusta o te conviene.
De hecho, si no vamos con cuidado, cualquier herramienta de autocuidado aparentemente sana se puede convertir en una muleta insana.
Por ejemplo, hubo una fase bastante difícil de mi vida en la que aún no sabía gestionar mis emociones, y en la que sólo encontraba algo de paz emocional sentada a la orilla del mar, contemplando el horizonte y escuchando el arrullo rítmico de las olas.
Me pasaba horas y horas cada día sentada junto al mar. Mínimo 4, y a veces más.
No es que me sobrara el tiempo, es que se lo robaba a otras tareas y facetas de mi vida, para poder pasar más tiempo en los brazos de Poseidón (también llamado Neptuno, por cierto).
Robaba tiempo a mis otras formas de autocuidado, a cualquier responsabilidad que no implicase a otras personas (por no perjudicar a nadie), y a las tareas de la casa.
Es decir, descuidé bastante mi vida personal para poder pasar todo el tiempo posible junto al mar. Estaba usando mal (en exceso) una herramienta sana de autocuidado (contemplar el mar).
Pero, de nuevo, no hay juicio aquí. Esto no se trata de juzgarme, ni de juzgarnos, por no saber más de lo que sabemos en cada momento.
El juicio condenatorio no ayuda nunca a nada, y menos en el desarrollo interior serio.
👁️ El camino del crecimiento personal, o discurre sobre una alfombra de compasión, o no es crecimiento personal. Es otra cosa distinta.
En conclusión, cada uno hacemos lo que podemos con nuestro mundo emocional interno y con las herramientas de las que disponemos. Y con el nivel de autoconsciencia en el que nos encontramos en cada momento.
Gestión emocional, mejor (mi propuesta)
Las personas con alta sensibilidad, emotividad, empatía e idealismo (es decir, neptunianas1) somos propensas a sentir con mayor intensidad todo, no sólo las emociones.
Para nosotras, el tener una buena relación con nuestro mundo emocional es algo de crucial importancia. Si no sabemos gestionar bien nuestras propias emociones, sobre todo cuando son muy intensas, podemos vernos desbordadas, bloquearnos, caer enfermas o cometer errores con más facilidad que quienes no sienten todo con tanta intensidad.
En mi opinión, la cuasi-obligación de tener que aprender a navegar bien las emociones es el precio que pagamos por todas las ventajas que comporta el tener una gran emotividad, como por ejemplo ser capaces de conmovernos hasta la médula con una pieza musical, o un amanecer.
Tal y como te prometí en la última carta, ahora te voy a empezar a contar cómo lo hago yo para relacionarme a día de hoy con mis estados emocionales más complejos.
Este sistema que te voy a explicar surgió a raíz del ríspido trabajo interno que tuve que hacer (a ciegas y mayormente a solas) para superar el reguero de consecuencias que tuvo para mí mi infancia.
Hoy en día lo sigo usando para navegar con una cierta calma y estabilidad las emociones difíciles cotidianas.
Abrazar las emociones
Abrazar la Emoción es el nombre que le di a esta técnica, pues lo que te muestra es cómo aceptar con apertura y cariño tu propia experiencia corporal cuando estás sintiendo emociones incómodas. Es como si dieras un abrazo físico a las emociones que estás sintiendo, en lugar de rechazarlas.
Pero primero debo explicarte la filosofía de fondo de esta técnica, que es casi más importante que la técnica en sí. Si no entiendes la mentalidad que hay tras la técnica, no podrás (o no querrás) aplicarla.
Abrazar la Emoción se basa en el entendimiento de que no es nada práctico ni saludable rechazar a las propias emociones, sean cuales sean, porque:
1️⃣ Como dijo Carl Jung,2 todo aquello a lo que te resistes, persiste (y empeora).
2️⃣ Si rechazas a tu emoción, estás rechazando a una parte de ti mismo/a. Y eso siempre genera dolor, tarde o temprano.
3️⃣ Las emociones te traen mensajes importantes sobre ti mismo/a y sobre tus circunstancias, que te conviene escuchar.
Cuando sentimos cualquier emoción difícil o incómoda, si intentamos no sentirla, o cambiarla por otra más “bonita” o cómoda, en realidad lo que hacemos es rechazarla. No la estamos viviendo, ni escuchando, ni validando. Ni mucho menos “gestionando”: la estamos reprimiendo o negando.
Hay gente que confunde “gestionar” las emociones con “reprimir” o “controlar” las emociones, y no es lo mismo. Más bien es justo lo contrario: gestionar un estado emocional difícil implica reconocer lo que se siente, validarlo (dar validez a las emociones), y sentirlo físicamente de manera que la energía emocional pueda expresarse, sin perjudicar a nadie.
Para esto es necesario encontrar un equilibrio entre sentir y mantener la mente fría, cosa que sólo se puede hacer si sabemos cómo hacer ambas cosas juntas. Esto requiere utilizar ambos hemisferios cerebrales al mismo tiempo, las dos polaridades yin-yang (femenina-masculina) al unísono.
Gestionar las emociones incómodas de forma idónea es un proceso que requiere fluir con ellas, no oponerse a ellas, pero al mismo tiempo mantenernos conscientes y no perder el control de nuestra mente, ni de nuestros actos.
Como entenderás, esto es un cambio de 180º respecto a cómo se suelen tratar las emociones. Y es un cambio de chip que puede tomar un tiempo. Si venimos de negar, desvalidar, reprimir y controlar las emociones, convertir eso en aceptación, comprensión, validación y apertura a sentir, va a requerir un aprendizaje progresivo.
Son muchos siglos (si no milenios) de traumas y represión grabados a nivel celular. El trabajo es arduo.
Pero se puede hacer, te lo aseguro. Se puede revertir la tendencia. En realidad no es tan difícil, es un proceso más largo que difícil.
¿Emociones “positivas” y “negativas”?
Algo que a mí me ayudó bastante en ese proceso de cambiar el chip (a parte de usar la técnica de Abrazar la Emoción), fue cambiar mi manera de referirme a las emociones.
Si te fijas, en ningún momento me he referido a las emociones como “positivas” o “negativas”, sino como “cómodas” e “incómodas”. No es lo mismo algo negativo que algo incómodo.
Cuando pensamos que una emoción difícil no es negativa sino incómoda, la emoción a la que nos referimos es la misma, la experiencia física emocional es exactamente la misma, pero el significado que le asignamos, no.
Y, si dejamos de asignarle el significado de que es algo perjudicial o pernicioso, nos costará menos aceptarla como parte de nuestra experiencia.
Esto tal vez te parezca una tontería, pero no lo es para nada.
En cualquier proceso de desprogramación psicológica, es importante revisar las palabras que utilizamos para relacionarnos con el mundo y con nosotros mismos. Porque las palabras no son sólo palabras: las palabras son las etiquetas con las que damos sentido a la realidad. Y, dependiendo de qué sentido o significado le damos a una cosa, así vamos a percibirla y sentirla.
Por eso, no es lo mismo sentarte a gestionar una emoción difícil (por ejemplo, el miedo), si piensas que el miedo es una emoción “negativa” (es decir, perjudicial, mala, despreciable) que si piensas que es una emoción “incómoda” (es decir, desagradable pero inofensiva).
Con esto no te digo que tú tengas que cambiar tu forma de expresarte, como se hace en las sectas. 😅 Sólo te digo que a mí me ayudó mucho hacer ese pequeño cambio en mi lenguaje.
Al fin y al cabo, es un cambio que se basa en el reconocimiento de que las emociones, sean cómodas o incómodas de sentir, son todas “positivas”, en el sentido de que tienen una función práctica. Todas ellas. No tiene sentido separarlas en positivas y negativas.
Cada tipo de emoción siempre responde a un tipo de situación o pensamiento, y nos intenta movilizar a realizar una acción concreta: huír, luchar, poner límites, pedir ayuda, vincularnos con otros… En el fondo, lo que busca toda emoción es empujarnos a que solucionemos algún problema (percibido o real) o suplamos alguna necesidad.
Las emociones son una guía interna. Por eso digo que todas son “positivas”: todas tienen una funcionalidad.
Incluso las que se han distorsionado o exacerbado debido a diferentes circunstancias, no dejan de ser intentos de tu organismo para regularse a sí mismo. Son bondadosas, por decirlo así. Siempre tienen una buena intención.
Y aquí voy a terminar por hoy, que si no, me alargo demasiado.
De la carta de hoy me gustaría que te quedases con la idea de que las emociones no son ni positivas ni negativas per se, sean éstas más o menos agradables de sentir.
Las emociones son energías que están diseñadas para movilizarnos hacia acciones, en principio positivas, pero cuyas consecuentas se convierten en negativas en el momento en que empezamos a rechazarlas, reprimirlas o negarlas.
Espero haber logrado transmitirte de forma eficaz la filosofía en la que se basa mi sistema de Abrazar la Emoción, pues en la próxima (y última) carta de esta serie te explicaré la técnica, paso-a-paso.
En la próxima entrega te daré “masticado” un sistema para que puedas practicar a abrazar todas tus emociones (con audio-guía incluído), con la intención de que te conviertas en un/a PROFESIONAL de sentir y atravesar tus distintos estados emocionales con compasión y estabilidad interior.
Ojalá y te sirva.
Muchísimas gracias por acompañarme hasta aquí. Espero que esta carta te haya ayudado a darte cuenta de algo valioso para ti, o que te haya inspirado a tratar tus propias emociones de una manera más compasiva.
Si te apetece comentar algo abajo en la zona de comentarios, me encantará leerte. Y si no, ¡te veo en 2 semanas! 😊
Besos,
Clara. 🌾
Disclaimer importante: todo lo aquí expresado es tan solo una opinión personal, inevitablemente sesgada y limitada por mis experiencias vitales, mi personalidad, y la información de la que dispongo hasta este momento. Te ruego que no tomes nada de lo que digo en mis publicaciones como un consejo profesional de ningún tipo, pues no lo es, ni puede serlo.
SIGUIENTE ENTREGA DE LA SERIE:
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Si quieres saber exactamente a qué me refiero cuando hablo de personas “neptunianas”, puedes leerlo aquí, en la primera entrega de Cartas desde Neptuno.
Carl G. Jung fue un psiquiatra suizo, inicialmente colega de Sigmund Freud, que más tarde se desligó de él para desarrollar su propio sistema de trabajo. Fue el padre de conceptos como el inconsciente colectivo, o los arquetipos.
Muchas gracias por compartir tu experiencia vital, Clara <3
Además de que hablar de emociones cómodas o incómodas supone no juzgar las emociones como buenas o malas, sino sencillamente referirnos a su complejidad, creo que también permite romper con el molde dual o binario de las emociones, que siempre se entienden como buenas o malas, cómodas o incómodas, en función de una categoría rígida e impermeable. Quiero decir que más allá de pasar a hablar de la emoción de la felicidad como algo bueno a cómodo, y del miedo como algo malo a incómodo, podemos ver también que un exceso de felicidad puede resultar incómodo y un poco de miedo quizás no cómodo, pero desde luego no necesariamente incómodo. Ser más capaces de ver, de este modo, que no son tanto las emociones en sí como, tal y como explicas, la forma de entenderlas, con el fin de abrirnos a ellas para ser capaces de conocer y conocernos.
Un abrazo grande.
Hola Clara. Me ha gustado saber un poquito más de ti. 😉
Me doy cuenta de que tengo, como hemos comentado alguna vez, muchas cosas en común contigo. Y es que lo que nos cuentas acerca de tus padres, es lo que me ocurría a mí con el mío. Yo tenía en mi casa las dos versiones, la de mi madre que siempre era un solete, y la de mi padre, cuya relación fue como poco la que tú nos cuentas: violencia física, psicológica y el ver quién va por encima del otro. En nuestro caso eran los 80, y muchas cosas eran como eran en las familias. Las madres no solían oponerse a lo que decían o hacían los padres y las situaciones eran insostenibles. Esa fue mi experiencia, al menos. Por suerte yo pude reconciliarme con todo aquello.
De tu carta me quedo con muchas cosas, pero quizá la más importante para mí es «abrazar las emociones», porque eso es lo que llevo haciendo desde que vivo solo y tengo libertad para hacer lo que me plazca. Curiosamente fue al hacerlo, cuando empecé a detectar eso otro que hablamos en su día de las PAS, y que yo no supe que tenía, hasta conocerte y descubrirte en Substack.
Gran sabio Carl Jung. Y qué cierto es que las emociones que reprimes o ignoras, tarde o temprano, acaban manifestando cosas peores. ¿Algún día nos daremos cuenta?
Me quedo también con algo importante que yo nunca he valorado: tratar a las emociones de forma distinta. Coincido que es un error tratarlas de positivas o negativas. Yo considero que todas las emociones son necesarias en la vida. Si las tratamos como negativas, por ejemplo, estamos criminalizándolas, como poco. Prefiero tu enfoque: cómodas o incómodas. ¡Me encanta!
Gracias por estar. ❤️
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