Un poco de Fe en la Humanidad
Lo más hermoso que me pasó esta semana no me sucedió a mí (y me encanta)
🏷️: Autodefensa emocional, Crítica social
“Cartas desde Neptuno” es una correspondencia íntima entre personas “neptunianas” (altamente sensibles, empáticas e idealistas) buscando nuestra peculiar forma de encajar en este mundo.
En estas cartas te comparto herramientas y reflexiones que he recopilado en mi búsqueda de realización personal y espiritual, con la esperanza de facilitarte tu camino. Porque, caminando juntos, llegaremos más lejos.
Gracias por leerme,
- Clara. 🌾
Hola, mi querido/a neptuniano/a. ¿Qué tal has estado estas dos semanas?
Espero que muy bien.
Yo hoy te traigo unas letras algo más personales de lo acostumbrado, sobre un tema que suele preocuparnos bastante a las personas altamente sensibles: la esperanza en el futuro de nuestra sociedad.
Dime, ¿cuál es tu relación personal con esas cuatro palabras?:
“Fe en la Humanidad”.
La mía viene siendo un poco… variable en los últimos años, la verdad. En la última década he perdido y vuelto a recuperar (parcialmente) mi fe en la Humanidad varias veces, al ritmo de experiencias personales y colectivas que he ido viviendo.
Siempre me ha preocupado el estado presente y futuro de nuestra sociedad, y del mundo en general. Desde bien pequeñita me ha pasado. No sé si es por la alta sensibilidad, o por la naturaleza de mi propósito vital, que es marcadamente social y colectivo, a pesar de ser una persona introvertida.
La fe en la Humanidad, en el sentido de confiar en la bondad esencial del ser humano y su capacidad de evolucionar hacia versiones mejores de sí mismo, es un requisito indispensable para plantearse cualquier futurible positivo. Si no crees en la bondad básica del ser humano y su capacidad para mejorar, a poco que tengas los ojos abiertos y mires a tu alrededor, lo único que vas a ver en el horizonte inmediato es muerte y destrucción.
Y no digo que crea que nuestro futuro se presenta de color de rosa, ni mucho menos. Sí veo muerte y destrucción en el horizonte inmediato. Pero también empiezo a ver más cosas además de eso. Atisbos de esperanza.
Hoy te quiero contar algo que me pasó hace poco, y que se sumó a mi pequeña lista personal de razones por las que volver a creer en la bondad humana, y en nuestra capacidad para construir un mundo mejor. Espero que te gusten las anécdotas bonitas sobre gente ayudando a gente. 😊
Pero antes debo explicarte qué me llevó a perder la fe en la Humanidad en primer lugar, y por qué ahora atesoro como oro en paño cada anécdota que me devuelve un poco la fe en nuestra especie.
Verás, las personas neptunianas —altamente sensibles, empáticas e idealistas— solemos idealizar bastante a la gente, las relaciones, las situaciones, etc. Dependiendo de cómo y dónde tengamos posicionado a Neptuno en nuestra carta natal, la idealización se manifestará más en unas facetas de la vida que en otras. Pero, en general, idealizamos mucho.
Y no lo digo como algo malo ni bueno… es lo que es. El idealismo tiene sus ventajas, y sus desventajas.
Hasta los treinta y pocos años fui una persona excesivamente inocente. Hay quien me podría llamar ingenua, pero creo que era más inocente que ingenua.
Mi inocencia era, en parte, por ese idealismo que me caracteriza. Aunque también se debía a que me crié reprimiendo mi propia intuición. Ella siempre sabe cuándo algo no cuadra, pero había aprendido a ignorarla para sobrevivir emocionalmente durante mi infancia.
El caso es que, hasta los treinta y dos años, pensaba que la maldad era una anomalía, una enfermedad rara que aquejaba sólo al 2% de la población que nace con psicopatía, y que casi toda esa gente estaba, bien en la cárcel, o bien en las altas esferas del poder político.
Creía que el otro 98% restante de la sociedad estaba compuesto por “gente de bien”, buena gente con buenas intenciones hacia los demás, que hace lo que puede por salir adelante en la vida, haciendo el mínimo daño posible a otros.
Me pasé el resto de la treintena corrigiendo ese error de cálculo a base de golpes de realidad.
En el transcurso de unos pocos años, desperté de un hechizo bajo el que no sabía que había estado y descubrí, con un horror que ni siquiera trataré de describir con palabras, que la maldad vivía muy cerca de mí.
El Mal no sólo estaba en las cumbres del poder institucional o financiero, no sólo moraba en las prisiones de alta seguridad: la maldad vivía a mi vera. En mi salón, en mi cocina, en mi cama. En mi familia más directa y cercana. En algunas de mis ex-parejas. En personas que había considerado amigos.
Cayó la venda que siempre había llevado puesta ante mis ojos, y ya no idealicé más. Comprendí de primera mano lo que es el abuso encubierto, la manipulación psicológica y emocional, la crueldad en dosis homeopáticas, los juegos de poder, y cómo todo ello funciona en las relaciones interpersonales. Incluso en las más cercanas, incluso en las que se presuponen seguras.
Ahí estaba El Mal, destapado, por fin.
Negro, como un pozo a cuyo fondo no llega la luz del día. Sentado en mi sofá con postura relajada y arrogante, tomándose un café, mirándome fijamente a los ojos. Molesto porque lo estuviera viendo con claridad, al fin.
Como ya te he contado por encima en alguna ocasión, me fui. Puse tierra de por medio como medida de autoprotección. Dejé atrás personas, lugares, redes de contención, raíces. Solté pertenencias, cerré todas las puertas, tiré todas las llaves al mar, y quemé todos los puentes tras de mí.
Me autoimpuse un destierro al que sólo me llevé un puñado de personas especiales: mis amigos más íntimos, mi familia escogida. Entre ellos a R., mi actual compañero de vida.
Pero poner distancia fue sólo el comienzo de un duelo de múltiples capas, y de proporciones abismales.
Ahora ya puedo contarlo desde la calma, incluso poniéndole algo de narrativa y filosofía, pero lo que pasé internamente en los siguientes años no sé si se puede llamar “duelo”. Tal vez la palabra sería “multiduelo”; porque no sólo tuve que cortar varios de mis vínculos más importantes, asumir una suerte de orfandad en vida, y lidiar con varias enfermedades crónicas que desarrollé debido a lo traumático de la situación. Además, perdí casi toda confianza en la bondad humana.
Y esto último fue lo peor, en realidad. Dejar de confiar en el ser humano en su totalidad fue lo más corrosivo y oscuro de aquel proceso.
Estuve varios años asomada al borde del abismo nihilista, y rozando la misantropía.
Hacía lo que podía para procesar de forma saludable todas las emociones intensas y turbulentas que sentía al haberme dado cuenta de dónde había estado metida toda mi vida. Pero mi mente no paraba de atar cabos en retrospectiva, y traerme a la memoria más y más recuerdos de abusos que en su momento no había sabido identificar como tales, o que había enterrado en lo más hondo de mi subconsciente.
Además, empecé a ver a mi alrededor (en la sociedad en general) muchas actitudes parecidas a aquellas de las que había salido huyendo: manipulaciones psicológicas y emocionales, falsedad, crueldad a pequeña escala, egoísmo cotidiano, luchas de poder.
Rumiaba constantemente la decepción, un dolor casi inhumano, y el sentimiento de traición profunda. Pasaba los días envenenada con mi propia ira, la que sentía hacia todos los comportamientos despreciables desafortunados que ahora no podía dejar de ver por todas partes.
En esa época fue cuando me di cuenta de que el narcisismo y la psicopatía no son un problema aislado de unos pocos individuos, sino una característica estructural del Sistema, cuyos valores impregnan desde arriba hacia abajo a toda la pirámide social, cada vez más.
Durante varios años viví sumida en la amargura y el dolor sangrante de mis heridas personales, aún abiertas.
Pero una parte pequeña de mí, que ahora entiendo que era mi alma, se negaba a dejarme caer totalmente en el abismo de la desesperanza. Esa parte mía seguía abierta a la Fe, sedienta de ella; pero permanecía sepultada bajo el peso de una gruesa coraza defensiva, hecha de una furia autocontenida y silenciosa.
Aun así, mi alma seguía receptiva a la Luz, y la buscaba con la mirada. Incluso cuando yo no lo hacía.
A veces, cuando aparecía ante mis ojos un atisbo de bondad, o de generosidad, o de altruismo, mi coraza se resquebrajaba, y por las grietas entraba un poco de Luz a calentarme el corazón. Y lloraba. Lloraba lágrimas de alivio. Lloraba viendo a alguien detenerse en la calle a ayudar a un desconocido, lloraba viendo vídeos de gente arriesgar sus vidas para salvar a animales en peligro, lloraba viendo a padres proteger y apoyar a sus hijos, lloraba cada vez que una amiga me decía “Clara, estoy aquí para lo que necesites, de verdad.”
Fueron años de alquimia.
Iba a decir “digestión” en lugar de alquimia, pero la digestión no duele como si te estuvieran retorciendo las vísceras con unas tenazas al rojo vivo. 😅
Alquimia es lo que la Vida nos propone hacer con cualquier dolor intenso: transformarlo en algo valioso, algo puro.
Al final de aquel proceso, tras procesar y resignificar lo que me había pasado, y tras volver a conectar con la compasión (que parece ser un estado bastante natural en mí), pude convertir todo aquel plomo en una pequeña pepita de oro: una comprensión más profunda y bastante realista de la naturaleza humana. Y en una mayor confianza en mí misma.
Del desengaño más grande saqué una mirada más lúcida, y solidez personal.
En los últimos 2 o 3 años estoy notando un cambio interno. La Luz vuelve a calentar mi corazón a través de las grietas cada vez mayores de una coraza que ya cumplió su propósito, y que se está empezando a caer por sí sola.
Últimamente, la Vida me está regalando los ojos con pequeños grandes milagros, que me están ayudando a suavizar la manera en que veo a nuestra sociedad. Estoy recuperando poco a poco, muy lentamente, la fe en la Humanidad. Pero sin llegar al nivel que tenía antes de los 32 años, tampoco.
Ahora creo que la mayor parte de la gente no es ni buena, ni mala gente. La mayoría de las personas hacen lo que pueden, con lo que tienen. Si el contexto es favorable, sale lo mejor de ellas; pero si el contexto aprieta (como suele hacerlo)… suele salir lo no tan bueno.
Salvo en algunas honrosas excepciones.
Yo no voy a dejar de esperar ciertas cosas de la gente, porque está en mi naturaleza dar por sentado la bondad en los demás. Pero ya no me decepciono cuando veo ciertas actitudes, porque las tengo normalizadas. Ahora las entiendo como un subproducto inevitable de cómo está el mundo, en esta Era.
Aun así, no dejo de apreciar de corazón y derretirme (a menudo hasta las lágrimas) cuando veo gestos de bondad, de ayuda colectiva, de generosidad.
Como el que viví hace poco.
Y… ¡por fin! llego a la anécdota que había prometido contarte al principio de esta carta. Cerremos con algo bello. 😊
Hace unos días tuve el privilegio de presenciar y participar en uno de esos pequeños milagros que te devuelven un poco la fe en la Humanidad.
Un artista australiano al que sigo en youtube pidió ayuda a su comunidad, como último recurso para salir de una situación bastante seria en la que se encontraba.
En un vídeo grabado con su teléfono móvil (en lugar de uno bien cuidado, como suelen ser todos los que él publica), explicó, avergonzado, cómo había acabado así.
A pesar de su arduo trabajo, que es evidente por la cantidad de creaciones que publica en distintos medios, y a pesar del relativo éxito de su carrera artística, el interés compuesto acumulado de un préstamo que cometió el error de pedir hace unos años no le estaba permitiendo salir adelante.
Arrastraba una deuda enorme que no dejaba de crecer mes a mes, a pesar de que destinaba gran parte de sus ingresos mensuales a tratar de saldarla.
Contó que había llegado a un punto en que tenía que decidir entre declararse en bancarrota o pedir ayuda, y que había decidido pedir ayuda para intentar evitar que los royalties de su trabajo siguiesen siendo devorados para siempre por el agujero negro de la deuda.
Creo que, entre el cariño que inspira el chico —por su honestidad y sentido del humor— y que los que lo seguimos sabemos que acaba de ser padre, nos tocó el corazón.
Inmediatamente miles de personas se lanzaron (nos lanzamos) en masa a ayudarle en un crowdfunding. En poco más de 48 horas le habíamos sacado entre todos del hoyo, y eso que la cuantía que necesitaba recaudar era bastante, bastante grande (200.000 $). Y a pesar de que, probablemente, todos dudábamos (incluido él mismo) de que pudiésemos juntar tanto dinero.
Según sus propias palabras en una publicación que hizo a las pocas horas de que se desatase ese tsunami de amor colectivo, el pobre hombre estaba en shock, y no podía dejar de llorar de la emoción y temblar.
Imagino que la palabra “agradecimiento” se quedaba corta para describir cómo se debía de sentir… estaba siendo sacado en volandas del pozo en el que llevaba varios años ahogándose, por una oleada de manos tendidas en su ayuda.
Yo no estaba en shock, pero me costó varios días salir de mi asombro, por lo rápida y abrumadora que fue nuestra respuesta de ayuda colectiva. Fue como formar parte de una preciosa avalancha de amor hacia el chico. Aparte de feliz por él y su familia, y profundamente conmovida por haber presenciado algo así de bonito, la anécdota me dejó preguntándome lo siguiente:
¿Qué no seríamos capaces de lograr los humanos, si todos nos uniésemos para remar en la misma dirección…?
Y te dejo por hoy, con esa pregunta en el aire. 😌
Nos leemos dentro de 2 semanas, como siempre, en sábado.
Pero, antes de despedirme, te quiero pedir una cosa. ¿Querrías compartir en los comentarios (o por e-mail, si me estás leyendo en tu buzón de correo) alguna anécdota que te haya pasado últimamente, y que te haya hecho tener un poco más de fe en la Humanidad? Pongamos el foco ahí.
Ahora sí, hasta dentro de 2 semanas!
Muchos besos para ti,
- Clara. 🌾
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🔸Las ventajas y desventajas de vivir en este mundo siendo una PAS
🔸La influencia de la alta sensibilidad en las relaciones interpersonales
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🔸La alta sensibilidad en la vida profesional
🔸El autocuidado siendo una PAS
🔸O cualquier tema sobre el que sientas que yo te puedo ayudar
¡Gracias!
Pues estoy en un momento con bastante poca fe en la humanidad, pero por aquí en substack encuentro gente amable y conversaciones interesantes 😊 me agarro a eso
Clara ♥️🥹 Qué belleza la intimidad que compartes en esta carta. Me tocó profundamente. Soy una persona muy inocente todavía, y resueno tanto con el dolor que implica quitarse la venda de los ojos. Por un lado duele… pero por otro, tus palabras me han inspirado —como tantas veces— a escribir una lista de pequeñas cosas que me devuelven la fe en la humanidad.
Estoy sosteniendo tu pregunta. Hoy no puedo responderla. Últimamente mi cabeza se siente como un hoyo negro de desesperanza. A veces miro el “blueprint” del mundo y todo parece oscuro. Las guerras, los niños sufriendo… me abruma profundamente. Soy sensible, y muchas veces me siento impotente ante tanto dolor.
Pero también creo que perder la esperanza no es un lujo que podamos darnos.
Justo leí una frase en un libro: alguien le preguntó a Audre Lorde si había esperanza, y ella respondió: “no sé, pero hay que actuar como si la hubiera”.
Creo que mirar hacia esos momentos en los que el ser humano trasciende las diferencias —el bien y el mal, la religión, la raza, la geografía— nos permite ver el amor con claridad. Resueno mucho con lo que dices: nadie se salva solo, y la respuesta al dolor es colectiva.
Yo también tengo fe en la humanidad cuando veo gestos como el tuyo. Cartas como esta, llenas de sensibilidad, sostienen la esperanza. Gracias por escribirla.
Espero volver pronto con una historia que me devuelva la mirada, porque hoy, la tuya me ayudó a abrirla un poco más. 🫂🥹✨