Saludos cordiales desde la periferia
Los cambios más importantes que hice en mi vida desde que me marché de la ciudad al campo.
🏷️: Autocuidado, Crítica social, Slow-life
Cartas desde Neptuno es una correspondencia íntima entre personas altamente sensibles buscando la forma de encajar en el mundo, a nuestra peculiar manera.
En estas cartas te comparto herramientas y reflexiones que he recopilado en mi búsqueda de realización personal y espiritual, con la esperanza de facilitarte tu camino. Porque, caminando juntos, llegaremos más lejos.
Gracias por leerme,
- Clara. 🌾
Hola bonica, bonico. 😊 ¿Cómo estás? Espero que muy bien.
Yo ando dándole vueltas a cómo desplegar el tema que abordé en mi última carta, en la que parece que abrí un “melón” considerable, por la buena recepción que tuvo.
Hoy es una de esas veces en las que me cuesta ver por dónde enfrentar un texto, y he salido a la terraza, a ver si la antena parabólica que es mi cabeza capta alguna clave al respecto.
El sonido repetitivo de los golpes del martillo retumba en el valle, compitiendo con el trino de los pájaros y el susurro de la brisa entre los pinos. Mi pareja construye un nuevo gallinero con materiales reciclados, mientras escucha un podcast con los auriculares inalámbricos en los oídos.
Más neorural no se puede poner la escena.
Yo camino despacio y en silencio de lado a lado de la terraza, absorta en mis pensamientos, con el ceño fruncido por la concentración.
Diez pasos a la izquierda, media vuelta, diez a la derecha, media vuelta, diez a la izquierda… o, usando un lenguaje más acorde a mi estatus de neorural veterana, diez al Norte, diez al Sur, en repeat. Como una pantera enjaulada.
Salvo que la jaula, en este caso, es mi perfeccionismo.
No encuentro la manera perfecta de enfocar esta carta.
Quiero resumirte en un texto más bien corto los principales procesos de cambio y aprendizaje que he vivido en los últimos 15 años, desde que dejé la ciudad, y que me han traído hasta aquí, hasta hoy: paseando en pijama por la terraza de mi casa, rodeada de pinares. Con el ceño innecesariamente fruncido en un día tan azul y soleado, mientras varias mariposas de distintos colores se cruzan en sus revoloteos con mi trayectoria obsesiva Norte-Sur-Norte-Sur.
Te prometí en mi anterior carta que te contaría cómo fueron las transformaciones internas y externas que atravesé hasta vivir como vivo ahora, “con una patita fuera del Sistema”, y para mí las promesas son sagradas. Y lo quiero hacer, además, siguiendo un hilo narrativo interesante y coherente.
Pero lo cierto es que no se puede, lo que pretendo hacer es imposible, y de ahí mi ceño fruncido; no hay un cordel rojo que me una a la Clara de hace 15 años, o al menos no uno que no esté cortado en varios puntos.
Sencillamente, en este tiempo he cambiado tanto y tantas veces (de manera de ver la vida, de ganarme el sustento, de verme a mí misma en el mundo, de ubicación geográfica, de pareja…), que no puedo encontrar una única trama narrativa que comience cuando me fui de Barcelona y que acabe, sin cortes entre medias, aquí y hoy.
Por decirlo así, si estos 15 años fueran una obra cinematográfica, no serían una única película, sino varias. Serían una trilogía, seguramente. Y una de esas en las que, en mitad de la saga, sustituyen al actor protagonista por otro distinto, y aquí no ha pasado nada. 😂😂
Así que mejor si relajo un poco el entrecejo, y le rebajo un par de grados al perfeccionismo (estoy aprendiendo a hacerlo).
Voy a resumirte todos esos cambios y transformaciones que te mencionaba en forma de listado, y los voy a separar en dos cartas, para no extenderme demasiado.
Después, tal vez tú me quieras decir cuáles te han resultado más interesantes o han despertado tu curiosidad. A los puntos que generen más conversación podría dedicarles una carta entera más adelante, pues verás que son transformaciones profundas y complejas, y que cada una de ellas daría para hablar un buen rato. Tanto yo por mi parte, como tú por la tuya, si te apetece comentarme algo al respecto. Cosa que me encantará que hagas, por cierto. 😊
Vamos, entonces, con la lista resumida de cambios y procesos de transformación que he atravesado en estos últimos años, y que me llevaron de tener una vida urbanita bastante “normal” en la veintena, a vivir en el campo y medio fuera del Sistema, ahora a los cuarenta.
Voy a separar los procesos en dos categorías: cambios externos, e internos.
Hoy me centraré en los externos, que son los más visibles (y los que más preguntas y curiosidad suelen suscitar), y en la próxima carta te contaré los cambios internos (y que son, a mi entender, los más importantes y difíciles).
Hoy te cuento todos los cambios que hice (y continúo haciendo) en mi vida material y física, y que me hacen vivir más o menos fuera de la rueda del Sistema. O, más que “fuera”, en la periferia.
Tal vez alguno de ellos te sirva de inspiración para algún aspecto de tu vida, o te dé ideas.
1️⃣ Aprender las bases de la autosuficiencia
La autosuficiencia consiste en proveerse a uno mismo (y a la propia familia o comunidad) de todo lo necesario para vivir con salud, sin requerir del uso de ninguno de los sistemas de suministro habituales (o necesitándolos lo mínimo posible).
Esto significa, en la práctica, saber cómo cultivar, criar, fabricar y almacenar todo lo que una persona pueda necesitar para vivir. Desde cómo cultivar verduras, cereales y legumbres, cómo criar animales, cómo fabricar conservas de alimentos, aceite, pan, etc., hasta cómo encontrar, canalizar, recoger y purificar el agua (y hacer un uso consciente de la misma); cómo generar electricidad con medios alternativos (energía solar, turbinas eólicas, etc.), y cómo calefactar y refrigerar una vivienda usando métodos naturales (leña, calefacción solar pasiva, bioconstrucción, etc.).
La autosuficiencia también tiene una parte importante de cuidado de la salud personal y la higiene (personal y de la casa), y consiste en saber cómo mantener una salud física óptima mediante una nutrición adecuada, ejercicio físico, una buena actitud mental y el uso de plantas medicinales, o cómo fabricar productos de cosmética e higiene (jabones, detergentes, cremas, desinfectantes, etc.) con productos naturales.
Y, en lo que respecta a la necesidad de ropa y bienes materiales (muebles, herramientas, etc.) también hay formas alternativas o tradicionales de fabricar vestimentas y objetos de uso cotidiano. O, en su defecto, de reparar y reutilizar lo ya existente.
Tal vez te estés llevando las manos a la cabeza y preguntándote a santo de qué me metí en semejante berenjenal de estilo de vida. 😄 Y es normal…
Mi idea inicial era, simplemente, marcharme a vivir a la isla de Menorca (cosa que hice, durante un tiempo), y estar más cerca de la naturaleza. Pero no estaba entre mis planes hacer un cambio radical de vida, más allá de cambiar de entorno.
Lo que sucedió es que, en el año que pasé preparándome para dejar la ciudad, estuve reflexionando mucho sobre cómo había estado viviendo hasta entonces, y cómo quería hacerlo en el futuro. Y me empecé a dar cuenta de varias cosas sobre el funcionamiento de la sociedad actual, que hasta entonces no había sido capaz de ver y señalar con claridad.
Mi interés por la vida autosuficiente surgió a raíz de hacerme consciente, concretamente, de dos cosas:
Que nuestra necesidad de dinero para suplir nuestras necesidades más básicas es el principal factor que nos mantiene atados a la rueda. El Sistema nos ofrece un fácil acceso a todo lo que podemos llegar a necesitar para vivir, pero a cambio de dinero. Y el dinero, a cambio de tiempo y energía.
👉 Cómo cada uno consigue ese dinero, y cuánto de sí mismo está dispuesto a entregar a cambio, eso ya es cosa de cada cual.
Yo me di cuenta de que, si para conseguir el dinero justo para poder sobrevivir, tenía que dar a cambio el 200% de mi energía y el 80% de mi tiempo, no me salían las cuentas.
Ten en cuenta que, al no estar dedicándome a aquello para lo que me había formado —porque había comprendido que no era lo mío—, vivía desempeñando labores de las llamadas “de baja categoría” o de baja especialización: camarera/mesera, dependienta en tiendas, recepcionista, etc.; con lo cual, mis salarios eran más bien bajos.
Y, al no tener claro a qué me iba a dedicar a partir de que me marchase de Barcelona, no sabía qué poder adquisitivo iba a ser capaz de alcanzar en un futuro. Barajaba desde volver a la Universidad a estudiar biología o psicología, hasta dedicarme a crear artesanía con materiales naturales, pasando por realizar unos estudios de naturopatía. Imagínate lo perdida que estaba.
Además, empecé a sospechar que el coste de vida de la persona media no iba a dejar de aumentar en los siguientes años, y que me convenía conocer formas alternativas de cubrir mis necesidades básicas sin necesitar el dinero. Por lo que pudiera pasar.En segundo lugar, me di cuenta de que, en caso de que sucediera algún evento disruptivo (un desastre climático, una guerra, o cualquier clase de problema sociopolítico global), las infraestructuras de las ciudades podían llegar a fallar: el suministro de agua potable, de electricidad, el abastecimiento en supermercados, la gestión de residuos…
Me di cuenta de que, en las ciudades, somos totalmente dependientes del Sistema, a un nivel muy de base.
Y saber esto no me gustó nada. Me sentí demasiado vulnerable, expuesta, con mi supervivencia demasiado fuera de mi control.
Esta paranoia preparacionista que me dio por aquel entonces acabó resultándome práctica diez años después, durante la pandemia de 2020. Aquello nos pilló a mi pareja y a mí relativamente preparados para atravesar algo así: asentados en la casa en la que vivimos actualmente, apartados de la ciudad, y produciendo parte de nuestros alimentos. Dentro de todo, nosotros no sufrimos tantísimo como otras personas aquella situación.
Tras marcharme de la ciudad en 2010, y durante los 3 primeros años, invertí gran parte de mi tiempo y energía en aprender y poner en práctica muchas de las ramas y facetas de la vida autosuficiente.
Fue una época muy dinámica y apasionante, la verdad. Estuve pivotando entre distintas regiones de España, aprendiendo de agricultura ecológica, plantas medicinales, fabricación de conservas, cosmética casera… y de cómo se organizaban internamente los distintos colectivos y cooperativas para ayudarse mutuamente en su búsqueda de la autosuficiencia.
Y también, de qué escollos enfrentaban estos grupos a nivel interno y externo, y cuáles enfrentaba yo en lo individual. Porque la autosuficiencia no es nada fácil, a ningún nivel: ni en lo práctico, ni en lo mental. Es todo un universo paralelo, un mundo en sí mismo, y requiere un altísimo gasto de energía y tiempo (todo el tiempo, en realidad: para ser totalmente autosuficiente, se necesita invertir todo el tiempo diario, todos los días).
Esto lo experimenté en aquellos primeros años de prácticas con la autosuficiencia, en los que disfruté de aprender tantas cosas nuevas, pero en los que también me sentí un poco sobrepasada, en no pocas ocasiones, por la cantidad de trabajo que requería cada actividad: cultivar y cosechar verduras, elaborar pan, fabricar jabón y conservas…
Por eso, a día de hoy, mi compañero y yo sólo somos parcialmente autosuficientes. Producimos una parte de nuestros alimentos, además de generar toda la energía eléctrica de la casa con placas solares, y disponemos de aljibe propio (un depósito de agua enterrado).
Pero compramos en el supermercado una gran parte de lo que comemos, y ya no fabricamos nuestros propios productos de cosmética, ni solemos hacer conservas.
Es demasiado trabajo, sinceramente.
Intentamos mantener un equilibrio entre nuestros trabajos, que realizamos desde casa (hablaré de esto en el siguiente punto), nuestras vidas personales, y los requerimientos de una vida semi-autosuficiente en el campo.
Nuestra vida no se parece mucho al ideal de total autosuficiencia que albergábamos cuando éramos más jóvenes y aún tendíamos a sobrevalorar nuestras capacidades; pero es una vida con la que nos sentimos cómodos, que se ajusta relativamente bien a nuestras necesidades y, sobre todo, a nuestras limitaciones. Porque ser altamente sensibles conlleva algunas limitaciones, como la de no poder sobre-exigirnos en cuanto a la cantidad de tareas diarias que acometemos.
Y esto lo tuvimos que descubrir, ambos, a las malas. Como casi todo lo que se aprende, siempre. 😅
2️⃣ Trabajar por mi cuenta
En los primeros años tras marcharme de la ciudad, estuve probando distintas maneras de sostenerme en lo económico mientras buscaba la respuesta a la pregunta de “¿A qué me quiero dedicar, realmente?”
No tenía más que dudas. Sabía, eso sí, que necesitaba encontrar algo que me gustase, y que me permitiese organizarme el tiempo y las tareas a mi manera.
Experimenté con varias fuentes de ingresos, como dar clases de inglés a niños pequeños, fabricar cosmética natural, o crear artesanía y venderla en mercadillos locales.
Pero en todos los casos vi que los ingresos que era capaz de generar con esas actividades no eran suficientes para sostenerme, en gran parte porque soy muy lenta en todo lo que hago. Soy de esa clase de personas que doblan la ropa interior para guardarla ordenadita en el cajón, y que revisan diez veces un texto antes de entregarlo.
Esto tiene que ver, en parte, con la alta sensibilidad, que me hace biológicamente incapaz de pasar por alto o no percibir los errores y desajustes en lo que me rodea (y en mí misma).
Y, por más que mi detallismo suele comportarme un cierto reconocimiento en depende qué trabajos, en lo práctico es muy limitante. Por no hablar de cuando se une a la ecuación mi perfeccionismo, que no es lo mismo que el detallismo, pero que acaba añadiendo lentitud a muchos de mis procesos…
En cualquier caso, de aquellas experiencias e intentos de “emprendimiento de andar por casa” aprendí que era capaz de generar ingresos por mí misma, de formas originales o distintas a lo común, y sin depender del salario de ninguna empresa. Aquellos ensayos me abrieron las puertas mentales, haciéndome ver que había un mundo de posibilidades por explorar si dejaba de esperar que nadie me diera trabajo, y lo creaba yo misma.
Gracias a Dios (y a que disponía de tiempo para reflexionar con calma), no tardé mucho en sentir claramente la llamada de mi vocación de ayuda a los demás.
Tal y como te contaba hace un tiempo en otra carta, titulada “Mi ecléctica trayectoria profesional”, comprendí que lo que más realizada me hacía sentir era crear espacios de seguridad emocional para otras personas, y apoyarlas en sus procesos internos a través de la escucha empática.
El siguiente paso inevitable fue meterme a estudiar coaching, counseling, y diferentes métodos de acompañamiento en el autoconocimiento, como la terapia transpersonal o la astrología psicológica.
Y a eso me dediqué durante unos 10 años, hasta que llegué a un terrible (y también inevitable) burnout, del que te hablé en esa misma carta que te mencionaba antes.
Hoy en día me estoy dedicando a ayudar a personas altamente sensibles en sus procesos de búsqueda de su vocación y realización profesional, a través de la astrología vocacional1 y mi experiencia en desarrollo transpersonal.
Realizo consultas individuales, utilizando la carta natal de las personas (y lo que ellas me cuentan) para ayudarlas a despejar dudas y aportarles ideas sobre cómo sacar partido a sus dones y aptitudes más naturales.
Lo mejor de todo, para mí, es que trabajo con mis propias normas y horarios. Y no necesito sobreexigirme, ni auto-explotarme. Lo cual es un lujo, en los tiempos que corren.
Además, estoy empezando a escribir, como puedes comprobar. 😉
Mi propósito, a largo plazo, es poder ganarme la vida más con la escritura y la comunicación de mi experiencia, que con la astrología. Pero poco a poco, que voy despacito… ¿Te he comentado ya que soy un poco lenta?
Además, a medio plazo quiero mejorar mi situación económica, que se me descalabró totalmente durante el burnout de hace pocos años, y que aún no he logrado estabilizar.
Te lo cuento para que no creas que mi situación actual es idílica, porque no lo es. No pretendo venderte la idea de que llevo una vida divina de la muerte, pues eso sería mentirte.
Pero no me quejo, porque ahora entiendo que trabajar por cuenta propia es una aventura, y que las aventuras, a veces, tienen partes jodidas. Y no siempre acaban tan bien como en las películas…
Aun así, no cambio por nada del mundo esta forma de vida. La libertad de poder hacer las cosas a mi propio ritmo y manera me proporciona una paz interna que no te puedes ni imaginar.
¿O tal vez sí?
3️⃣ Simplificar: decrecimiento y minimalismo
Este punto daría como para escribir varios libros, pero lo resumiré de esta manera: con el paso de los años, he ido siendo más y más consciente de las cosas que me restan tiempo y energía (divinos tesoros), y eliminando todo lo que considero supérfluo o prescindible.
Y cuando digo todo, es todo.
El decrecimiento empezó por la decisión de deshacerme de gran parte de mis posesiones materiales, al darme cuenta de que no las necesitaba tanto, y que no eran más que una carga en las mudanzas. Me quedé con lo mínimo.
Además, empecé a practicar una especie de anti-consumismo bastante radical, para reducir gastos innecesarios. Cuantos menos gastos, menos necesidad de producir dinero. Y cuanto menos dinero tengo que generar, de más tiempo y energía dispongo para vivir.
Esto, en la práctica, se traduce en que compro muy pocas cosas, sólo las que son estrictamente necesarias para estar cómoda, y procuro que sean de buena calidad, para que duren mucho tiempo.
El minimalismo continuó extendiéndose por más y más áreas de mi vida, mientras mis prioridades iban cambiando, al darme cuenta de que el tiempo del que disponía cada día para hacer todo lo que tenía que hacer era muy limitado.
Por ejemplo, empecé a invertir menos y menos tiempo (y dinero) en mi estética, para tener más tiempo para hacer otras cosas. Dejé de teñirme el cabello y empecé a lucir mis canas con orgullo, pasé a invertir sólo 3 minutos en maquillarme, y empecé a vestir sólo con ropa cómoda y rápida de lavar.
También apliqué un minimalismo bastante férreo con el uso que le daba al teléfono móvil, concretamente a las apps de mensajería y redes sociales.
Me di cuenta, nada más tener en mis manos mi primer smartphone (allá por el 2014), que aquello tenía el peligro de absorberme demasiado tiempo y energía. Y así acabó sucediendo durante un tiempo, incluso aunque manejaba ese “aparato del demonio” con cautela. 😂
Aunque minimicé al máximo el uso del móvil desde el primer momento que tuve un teléfono inteligente, las aplicaciones de mensajería (Whatsapp, Telegram) acabaron por monopolizar gran parte de mi atención mental durante unos años. En parte por el trabajo, y en parte por mis dificultades para poner límites a cuánto daba de mí a los demás.
Llegó un punto en que me tuve que poner radical también en esto, y reducir el uso de las aplicaciones de mensajería y redes sociales a la mínima expresión.
Ahora sólo uso el smartphone para concertar citas con clientes y amigos, y he vuelto a las viejas llamadas de teléfono y las videollamadas. Y a los e-mails.
Ya no estoy pendiente de los mensajes, pues casi nunca entran, ni de las notificaciones, pues las tengo desactivadas. Y NO TE HACES UNA IDEA de lo tranquila que vivo sabiendo que no necesito consultar el móvil más que un par de veces al día…
Con el tiempo, el minimalismo y la simplicidad han acabado colonizando todas las áreas de mi vida: mi vida social, mis relaciones personales, mi manera de trabajar y organizarme las tareas. El lema de fondo es “menos es más”.
En estos años fui dándome cuenta, progresivamente, de que la ansiedad constante con la que conviví durante tantos años era una de las maneras que tenía mi cuerpo de avisarme de que estaba tratando de abarcar más tareas y frentes de los que podía asumir.
Mis problemas de ansiedad, de los que ya te he hablado en alguna ocasión, estaban causados (en parte, pero no totalmente) por el estrés constante de tener demasiadas cosas en mi plato.
Demasiadas tareas, demasiado que recordar, demasiadas personas a las que atender, demasiada información que procesar. Demasiado, todo.
Las personas altamente sensibles captamos y procesamos los estímulos y la información, tanto la que viene de fuera como la que viene de dentro (de nuestro propio interior) de una manera diferente a lo “normal”: más profunda, más intensa, y más extensa. Por así decirlo, captamos de manera pasiva muchos más terabytes de información que las personas sin alta sensibilidad.
Y todos esos datos extra requieren tiempo y energía extra para ser procesados por nuestro sistema nervioso.
Por eso, todo nos cuesta más tiempo y esfuerzo de lo “normal”.
Simplificar todas las facetas de mi vida a su mínima expresión me ayuda a vivir más tranquila y, honestamente, a poder sacarme adelante. Punto.
Hasta que no empecé a abrazar el minimalismo a dos manos, sentía que nunca llegaba a todo, que no lograba atender a todas las áreas importantes de mi vida (trabajo, descanso, salud, vida personal, etc.) al mismo tiempo. Siempre quedaba alguna de ellas desatendida, porque no daba abasto con todo.
Esta problemática sé que es muy de nuestro tiempo, no solo de las personas altamente sensibles; por eso he puesto el decrecimiento y el minimalismo como uno de los cambios que hice en estos años y que me hacen estar “con una patita afuera” del Sistema.
Hoy en día, el minimalismo y la vida slow son casi una herejía, pues suponen la antítesis de dos de los principales valores del Sistema: el consumo (a menudo, excesivo) como símbolo de estatus (y también como tapa-penas), y la auto-explotación como máxima virtud.
Con esto, no quiero decir, ni mucho menos, que quienes consumen más que yo o se dejan la piel a trabajar estén haciendo algo mal. Yo soy la primera que ha consumido muchísimo más de lo que necesitaba, y también he estado muchos años dejándome la piel en el trabajo. Hasta que ni mi cuerpo ni yo pudimos más.
Además, soy muy consciente de que no todo el mundo cuenta con la libertad que otorga el no tener hijos, como es mi caso. Si tengo que “apretarme el cinturón” a consecuencia de mis decisiones pasadas, lo hago y punto. Pero otro gallo cantaría, sin duda, si tuviera a un ser humano pequeñito a mi cargo.
En cualquier caso, no sirve de mucho estirar el cuello para tratar de echar un vistazo a las vidas alternativas de otras Claras, en otros universos paralelos. En éste, decidí no tener hijos. Ni tampoco contraer deudas, ni hipotecas.
En esta vida necesitaba libertad y tiempo para sanar todo lo que traía por sanar de una infancia bastante desafortunada, y eso es lo que prioricé: mi libertad, y mi tiempo para trabajar en mi interior.
Y de esto te hablaré en mi próxima carta. Te contaré los cambios que realicé en mi interior para hallar una paz y una satisfacción internas, que no llegaron por arte de magia al marcharme de la ciudad al campo. Al contrario, esto requirió un árduo trabajo interior por mi parte.
Con el tiempo, y en retrospectiva, veo que lo que estuve haciendo todos esos años fue desinstalar de mi mente el programa del Sistema. Sacarme de dentro al Sistema mientras, paralelamente, me iba saliendo de él en lo material o externo.
Algunos de esos cambios de mentalidad ya los habrás intuido, seguramente, al leer esta carta. Pero te los contaré todos de forma resumida, concluyendo así la lista de cambios y procesos de transformación que me trajeron hasta aquí, hasta donde estoy hoy, en la periferia del Sistema.
Me hace una especial ilusión escribir y compartirte mi próxima carta pues, aunque en la de hoy te he contado lo que más curiosidad suele suscitar, en la siguiente te explicaré lo que más esfuerzo me llevó, y de lo que más orgullosa me siento. Mis mayores logros no son externos (de momento! 😉), sino internos.
Así que nos vemos en 2 semanas, como siempre, en sábado.
Gracias por leerme y regalarme este ratito de tu inestimable tiempo. Y, por favor, no dudes en comentarme o preguntarme lo que te apetezca saber en la sección de comentarios, o respondiendo a este mismo e-mail.
Me encanta leerte, y poder conectar contigo.
¡Hasta pronto!
Besos,
- Clara. 🌾
La astrología vocacional es el uso de la carta natal de una persona para descubrir cuáles son sus principales potencialidades y dones naturales para aportar a la sociedad, habitualmente a través de su profesión, y gracias a los cuales tiene más posibilidades de sentirse realizada y reconocida por su dedicación.
Si quieres leer un poco más sobre cómo trabajo, puedes entrar a verlo aquí.
Hola:
Tengo una vida no tan independiente, pero yo también tengo placas solares y leña. Y tiendo a comprar lo más que puedo a productores de aquí, aunque no siempre es posible, sobre todo porque no todo se produce en mis alrededores.
Yo creo que venirme al pueblo fue la mejor decisión, aunque mucha gente me dio la moña con que si no iba a tener vida social. Lo que desde luego no tengo es gente que se me encuentre por la calle y me haga que le enseñe mi casa como si me pasaba cuando vivía en el centro de Madrid. Ni ruidos, ni luces ni nada, aparte de que a 5 minutos por todos los lados es campo, con vacas, ovejas y cabras que pastan a sus anchas.
Es otro tipo de vida que nada tiene que ver con lo anterior. Aparte, el cambio de trabajo, de ir a diario a juicio y acostarme a las 3 o 4 de la mañana y levantarme a las 7, a tener horarios de persona normal y poderme hacer la comida en casa es algo que ha hecho que tenga tiempo para escribir, leer, hacer gimnasia, darme paseos por el campo, hacer fotos, etc. Vamos, una vida mucho más equilibrada y tranquila.
Creo que no podría volver a vivir en un sitio grande, a pesar de que dos días en semana obligatoriamente tengo que bajar "a la civilización" por mi trabajo. Pero es el único precio a pagar por tener una vida tranquila, sin estrés y sin ansiedad.
Un abrazo.
¡Saludos periféricos Clara! 🤣
Qué bonito todo esto que cuentas. Es realmente inspirador.
Yo ya comentaba en otra newsletter que hay algo de bonito y hasta de filosófico vivir varias vidas dentro de una misma. En cierto modo, Clara, tanto tú como yo hemos experimentado la gran ciudad, hemos experimentado el campo y, en mi caso, ahora me encuentro en lo que los filósofos podrían llamar «el justo medio». Ahora vivo en un pueblo de uno 20000 habitantes, que tiene todas las comodidades básicas, pero con el campo, la playa y la montaña muy cerquita para poder disfrutarlo todo. He vivido tres vidas dentro de la mía, y al final he escogido quedarme donde estoy. Lo que no significa que el día de mañana me dé un vuelco la cabeza y parta hacia otros lares, ¡quién sabe! 🤪
Supongo que cada cual escogerá aquello que le venga mejor, pero lo que sí es cierto es que hay que probarlo todo para quedarse con lo que mejor convenga. Por lo que te leo, tú estás más que adaptada a los cambios que comentas, y esto puede y debe servir de inspiración para otros, que, a buen seguro piensan en dar un paso similar al que tú diste.
Gracias por compartirnos un poquito más de ti y de tus experiencias. ❤️
Un abrazo periférico. ❤️
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